Pueden ser miles. Están regados por toda Centroamérica y México, sorprendidos por la decisión de Barack Obama de cerrarles el paso automático a Estados Unidos, como ocurrió por décadas. Son cubanos que vendieron todo para financiar su viaje a suelo estadunidense, y que ahora viven el peor de los mundos: la puerta a su sueño está cerrada. Y la pesadilla de volver a Cuba los acecha.
Más de dos semanas en la selva del norte de Colombia, con el miedo permanente a cuestas. A que el traficante que guiaba a su grupo los abandone o entregue a la policía. A las serpientes y fieras. A dormir y no despertar.
Tanto sacrificio valía la pena, dice Jonathan González, un carpintero que desde junio de 2016 salió de Cuba para reunirse con sus hermanos en Miami, Florida.
Era como un sueño: al llegar trabajaría en la empresa de un tío, contratista en el tradicional barrio de Coral Gables. Y además le esperaba un viaje a Nueva York nada más para tomarse un retrato, eso que ahora se conoce como “selfie”.
No fue así. Una semana después de salir de la selva, mientras descansaba en un albergue de Panamá, se enteró que el presidente Barack Obama canceló el programa “pies secos, pies mojados”.
Es una enmienda de 1996 a la Ley de Ajuste Cubano que garantiza la residencia a quienes abandonen la isla y logren pisar el suelo de Estados Unidos. El programa fue suspendido de inmediato el jueves 12 de enero.
La vida de Jonathan cambió en el minuto y medio que duró la noticia en la televisión.
“Fue como un cubo de agua bien fría. Todo se vino pa´abajo”, cuenta por teléfono, la voz aguda, por momentos acelerada. “Ahora le arruina la esperanza a quienes tenemos meses de viaje, es injusto. No sé qué hacer, no sé qué sigue”.
Jonathan es uno más de los cubanos varados en el suelo continental de América Latina. No se sabe cuántos son. Como todos los migrantes irregulares cruzan territorios lo más discreto que pueden, por caminos solitarios cuando los encuentran.
Es un flujo silencioso que no se ha detenido, y que posiblemente continúe a pesar de la nueva restricción migratoria de Washington, dice el representante para Centroamérica de la Organización Internacional para las Migraciones, Marcelo Pisani.
“El número de cubanos no ha bajado, ellos no han dejado de pasar en ningún momento”, cuenta. “En Costa Rica los albergues están casi vacíos, de haber tenido a 2,000 personas hace un mes bajaron a 200 dramáticamente”.
La OIM cree que la mayoría se movió hacia el norte y es posible que se encuentren en algún sitio de México o quizá en Estados Unidos. “Sabemos que hay cubanos, vamos a investigar cuántos y donde están”.
Cubanos en albergue de Ciudad Juárez.
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Incertidumbre. Es la palabra que mejor define la vida de los cubanos atrapados en Centroamérica y México por el decreto de Obama.
No es sólo la certeza de no ser aceptados en Estados Unidos o los riesgos de un camino minado con traficantes de personas y violencia. Es además la posibilidad muy real de ser deportados a Cuba a donde ya no tienen nada.
La mayoría de estos migrantes vendieron todas sus propiedades y se endeudaron para financiar el viaje. Y a esto se suma, además, la consecuencia legal de abandonar el país sin permiso.
Es lo que inquieta a Chito Moncayo, un mecánico que recién llegó a Tapachula, Chiapas.
“Los cubanos que deporten hacia Cuba, que vendieron su casa, que pasaron semana en la selva sobreviviendo, ¿qué va a ser de ellos? ¿Cómo pueden llevarnos de regreso a Cuba para que nos callen y nos persigan? Esto es una miseria”, dice.
Y lo es, ciertamente. En noviembre de 2015 se hizo público un inusual éxodo de cubanos que huyeron de la isla ante el rumor –hoy realidad- de que terminarían sus privilegios migratorios en Estados Unidos.
En ese entonces por la emergencia (y las presiones del lobby cubano-americano) se estableció un puente aéreo que transportó a miles de personas a la frontera norte de México.
La operación terminó en marzo de 2016, pero el flujo de isleños se mantuvo, protegidos por la permisiva política de algunos países como Panamá, Costa Rica y sobre todo México donde las autoridades solían voltear a otro lado ante el paso de cubanos.
Pero eso empieza a cambiar. Horas después del anuncio de Barack Obama el gobierno de Panamá anunció que todos los isleños que se encuentren irregularmente en el país serán expulsados.
No está claro si serán enviados a Colombia, por donde entraron, o de plano su destino es Cuba. No es todo.
En México el Instituto Nacional de Migración (INM) advierte que se aplicará estrictamente la ley a los cubanos que sean detenidos sin documentos.
“Aplicaremos el procedimiento de siempre, no habrá excepciones”, explica un vocero del INM. Es decir, cuando un cubano sea detenido se le enviará a una estación migratoria durante 15 días, a la espera de que la embajada de su país certifique su nacionalidad.
Si eso ocurre será deportado, y de lo contrario recibirá un oficio de salida para que regularice su estancia o abandone el país antes de 20 días.
Esto dicen las leyes, que en términos reales para los cubanos pocas veces se han aplicado. Durante décadas existió un acuerdo no escrito de los distintos gobiernos mexicanos para permitir el paso de estas personas, como una deferencia diplomática a La Habana.
El gobierno de este país, a su vez, casi nunca se preocupaba por sus ciudadanos detenidos por el INM. Libre tránsito, pues… Hasta ahora.
En mayo de 2016 entró en vigencia el Memorando de entendimiento entre Cuba y México, un protocolo de migración donde el gobierno de Raúl Castro acepta la deportación de los cubanos que se encuentren en situación irregular en territorio mexicano.
Quién sabe si cambiará el tratamiento migratorio a los isleños, sobre todo porque la vida es ahora muy distinta: antes un cubano en México se le consideraba de paso al norte.
Pero desde el jueves 12 de enero esa misma persona puede ser un residente o solicitante de asilo. Y eso al gobierno mexicano le provoca urticaria.
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Algo sí es seguro: los cubanos varados en México y Centroamérica son botín apetecible para las bandas trasnacionales de tráfico de personas.
El limbo en que se encuentran “los hace más vulnerables”, dice el representante de la OIM, y por eso es urgente localizarlos para intentar ponerles a salvo.
No es fácil, como dice Reynaldo Mena, refugiado en un albergue de Tapachula. “Andamos viviendo a escondidas porque uno no está legal en ningún país”, dice. “Uno sale con ese ideal siempre corriendo el riesgo de que va a pasar algo malo, porque por el camino mueren personas”.
Otros no quieren saber nada de autoridades por el terror a la deportación. “Muchos de los que estamos aquí hemos dejado todo atrás, familia, hijos, hemos vendido casa y lo poco que teníamos”, dice Oswaldo Ignorosa, un panadero que se encuentra en Costa Rica.
“Si nos deportan Cuba la represión contra nosotros se agudiza, se troncha nuestro futuro profesional, personal y espiritual con las herramientas que ya todo el mundo conoce del régimen castrista”.
“Ojalá no hayamos arriesgado nuestras vidas en vano. Que Dios nos ampare a todos”
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