Comparten bandera, idioma, religión y cultura. Son 34 millones de mexicanos residentes en Estados Unidos que representan mucho más de lo que repiten Donald Trump y sus electores. Están en 40 de los 50 estados de la Unión Americana y su trabajo sostiene la economía de varias regiones
2015. Un prominente empresario estadounidense perdió otro juicio mercantil en tribunales de Quintana Roo. El juez dijo simplemente que su demanda de indemnización por un presunto incumplimiento de contrato no era verdad.
No presentó pruebas de que se le adeudaban doce millones de dólares por gastos extraordinarios en el evento que realizó en marzo de 2007 en Cancún.
El juicio falló en su contra. Y el estadounidense enfureció. En su círculo de negocios se dedicó a denostar a los empresarios mexicanos, amenazó a quien pudo para impedir que invirtiera en el país vecino y hasta promovió un nuevo juicio en la corte de Nueva York.
Pero también allí le fue mal. Derrotado, el 16 de abril de ese año publicó un mensaje en Twitter: “México no es amigo de Estados Unidos”, dijo.
El evento de la discordia fue el concurso de Miss Universo. Y el furioso empresario se llama Donald Trump, actual presidente de los Estados Unidos de América.
Algunos creen que el incidente, que todavía no se resuelve por completo, es una de las razones del discurso agresivo del magnate en su campaña electoral de 2016.
Otros piensan que se trata de una estrategia, un eslogan para mantener felices a sus electores. Y hay quienes ven la punta de un enorme iceberg de odio, resentimiento y miedo que permaneció escondido durante décadas en la sociedad de ese país.
Puede ser cualquiera. Con el nuevo inquilino de la Casa Blanca caben todos los argumentos.
Pero de lo que no hay dudas es el profundo desconocimiento del magnate y sus electores sobre lo que realmente es la comunidad mexicana en su país.
Una población que dista mucho a las etiquetas que el magnate dijo en su campaña: lejos de robar empleos a estadounidenses, muchos mexicanos son hombres de negocios que han creado cientos de miles de plazas de trabajo en todo el país.
Muchos de quienes las ocupan son estadounidenses anglosajones, el mismo perfil de quienes en noviembre eligieron a Trump.
Según el Centro Hispano Pew (Pew Hispanic Center, en inglés), son más de 34 millones de personas que comparten idioma, cultura, educación, religión, bandera y otros símbolos.
Un número donde caben tres y a veces cuatro generaciones: a quienes atrapó la división del país del siglo antepasado, los que llegaron en los años 50, la migración posterior de los 80 y los más nuevos, exiliados de la crisis económica de 1994.
Entre ellos existen quienes nacieron allá, técnicamente ciudadanos estadounidenses.
Esta población representa el doble que los habitantes de Holanda, y casi el mismo número de quienes viven en California, el estado más rico de la Unión Americana. La población de ese lugar, por cierto, es de 40 millones de personas.
Los mexicanos, pues, equivalen a una nación sui géneris dentro de otro país, donde abundan empresarios que emplean a cientos de miles anglosajones estadounidenses.
Y son, por razones todavía inciertas, el enemigo que eligió Trump en su guerra por imponer el modelo de lo que él cree es “Hacer grande otra vez a Estados Unidos” (Make America great again, el eslogan en inglés).
Cómo llegaron
Las comunidades mexicanas en Estados Unidos son más antiguas que la familia de Donald Trump, y las de algunos miembros de su equipo de gobierno.
Ya existían antes del Tratado de Guadalupe Hidalgo de 1848, cuando México perdió más de la mitad de su territorio. Se nutrieron el año siguiente, cuando llegaron de Michoacán, Jalisco y Guanajuato los trabajadores que concluyeron el ferrocarril que unió a Nueva York con Sacramento, California.
Sobrevivieron a las deportaciones masivas de los años 20 y 30 del siglo pasado, y en las décadas siguientes observaron el ir y venir a miles de paisanos que llegaban por temporadas a trabajar.
Eso, que se conoce como migración circular, empezó a cambiar a finales de los años 70 cuando muchos decidieron quedarse en Estados Unidos.
El proceso se profundizó desde 1984, cuando aparecieron los rumores de una regularización masiva de migrantes en situación irregular, lo que sucedió en 1986. El decreto del entonces presidente Ronald Reagan benefició a tres millones de mexicanos.
La siguiente gran oleada empezó en 1995, cuando la devastación económica por el llamado Error de Diciembre (que a nivel internacional se conoce como Efecto Tequila) obligó a cientos de miles de personas a emigrar a Estados Unidos.
Cada año, entre esa fecha y 2007 un millón de mexicanos abandonaron su país, según el Centro de Estudios Monetarios Latinoamericanos, con base en datos de la Oficina del Censo de Estados Unidos. Muchos regresaron o fueron deportados, pero más de 7.5 millones se quedaron.
Esto no significa que los grandes éxodos fueran los únicos momentos de la migración mexicana al norte. De hecho, el movimiento de personas entre los dos países nunca se ha interrumpido: ocurrió de forma intensa durante la Revolución Mexicana, aumentó en las dos guerras mundiales y bajó en la de Vietnam, por el riesgo al reclutamiento forzado.
Y en sentido estricto, hay mexicanos y estadounidenses que jamás reconocieron fronteras. Es el caso de la Nación Tohono O´odham, la segunda etnia originaria más grande de Estados Unidos después de los Navajo.
La Nación está formada por nueve tribus, una de las cuales se mantiene en territorio mexicano. Lo que queda del territorio original de los Tohono se ubica entre Sonora y Arizona, especialmente la región desértica de Altar.
Durante todo el siglo pasado podían moverse libremente por su nación, pero la costumbre se modificó tras el ataque a las Torres Gemelas de Nueva York en 2001. A partir de ese momento los Tohono fueron obligados a contar con pasaporte.
Curiosamente el sitio sagrado de la etnia es el Pico Baboquívari, a unos 50 kilómetros de Sásabe, Sonora; el mismo sitio por donde cruzó la mayoría de los mexicanos que desde 1995 vive en Estados Unidos.
Es una montaña de 2,356 metros de altura, visible a 100 kilómetros a la redonda. Por eso se convirtió en un referente para la migración irregular: los traficantes de personas aconsejan a sus víctimas que mantengan de frente al Baboquívari, porque eso significa que caminan al norte. Si lo pierden de vista se han extraviado.
Dónde están… y los empleos que crean
Hay mexicanos en 40 de los 50 estados de la Unión Americana, aunque la población se concentra todavía en California, Texas, Illinois, Arizona, Georgia y Florida.
Incluso existen ciudades donde la mayoría de sus habitantes son mexicanos. Es el caso de Santa Anna y Orange en California, Harris en Texas y Cook, Illinois.
Pero la geografía es una parte del mapa. El 87 por ciento de ésta población se encuentran en edad productiva, es decir tienen entre 18 y 50 años de edad. Su trabajo sostiene la economía de varias regiones y permite a millones de anglosajones –electores de Trump, por cierto- vivir cómodamente y asegurar sus pensiones.
Y contrario al discurso de odio del magnate, existen miles de mexicanos que crean empleos. De acuerdo con el Centro Wilson la inversión mexicana en Estados Unidos se ha duplicado desde 2007.
Es dinero que llegó con grandes compañías como Bimbo, Gruma o América Móvil y que en cinco años crearon 123,000 puestos de trabajo en los 50 estados de la Unión Americana, según el estudio Creciendo juntos: las relaciones económicas entre los Estados Unidos y México.
Otros como Nemak y Rassini, compañías de autopartes de Nuevo León, mantienen plantas en Kentucky, Michigan, Ohio y Tennessee.
La primera abastece partes de aluminio al 25 por ciento de los autos ligeros que se fabrican en el mundo. Y la otra es la principal proveedora de autopartes de freno y suspensiones del planeta. En su nómina abundan trabajadores anglosajones.
Son algunos de los casos más visibles, pero desde hace décadas otros miles crearon sus negocios, algunos incluso con presencia en varios estados.
La cadena de restaurantes El Pescador es un ejemplo. Fue creada por la familia Ortiz, originaria de Degollado, Jalisco, que emigró en los años 80 a California. El pequeño restaurante en la cochera de una casa se convirtió, en dos décadas, en un negocio con sucursales en Los Ángeles, Ventura, Santa Anna y Las Vegas.
Hay otros casos como el capitalino Manolo Díaz de León y su socio Alberto Colín, quienes diseñaron un software para enseñar matemáticas con videojuegos que se utiliza en decenas de escuelas públicas y privadas de siete países. Su mayor mercado es Estados Unidos.
O la historia de Sergio del Río Díaz quien diseñó una aplicación para traducir simultáneamente en cinco idiomas. La App se llama Pilot y no necesita internet para funcionar.
Lo más curioso es que la idea nació una noche en que el joven veía una de las primeras películas de Star Trek, Viaje a las Estrellas.
Y así cientos de ejemplos, unos más exitosos que otros. ¿Los conocen Trump y sus electores? Quién sabe. Pero lo importante es que no sólo ellos debieran saberlo, sino fundamentalmente aquí, en su país de origen que no los supo o quiso retener.
En los primeros días de Trump en Washington, la periodista Eileen Truax, una de las que más conoce la realidad migrante en la frontera norte, publicó en su muro de Facebook que la polémica presidencia del magnate permitió que en México muchos supieran la vida de sus paisanos en Estados Unidos.
Es bueno que se den cuenta, dijo.
Y sí. Ojalá no se quede en la sorpresa. A saber cuánto se tarda este país en olvidarlos de nuevo.
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