Jóvenes mexicanos, residentes sin documentos en Estados Unidos, se graduaron de universidades en ese país. No son los primeros, pero su graduación es un emblemático tapabocas al discurso de odio del gobierno de Donald Trump
Texto: Ximena Natera
Fotos tomadas de Instagram: Gabriel Torres y Yesica Torres
Para Gabriel Mendoza la escuela ha sido una lucha que se pelea cuesta arriba desde que llegó a Estados Unidos hace una década. No guarda muchos detalles de sus primeros días del colegio en el condado de Ventura, California, pero recuerda el miedo y el ahogo que le causaba no poder comunicarse con nadie. Para un niño Ñuu Savi de 13 años, que apenas comprendía el español, aprender inglés parecía, en su momento, imposible.
“En mi pueblo hablaba Tu’un Savi y al llegar a éste país no tenía comunicación con los maestros y enfrenté mucha discriminación entre los otros latinos indocumentados porque soy nativo y tengo diferente cultura”, cuenta ahora.
Por eso, la victoria que reclamó hace unos días fue indiscutible: vestido con toga y birrete color negro, Gabriel recibió su diploma universitario del centro de estudios superiores Ventura College.
Ese día subió a su cuenta de instagram una foto de su birrete donde se lee la frase “I AM UNDOCUMENTED ÑUU SAVI NATIVE” (Soy indígena Ñuu Savi indocumentado), la publicación está acompañada de los hashtags #Immigrads y #Undocumented. Para el joven, de 21 años, la fotografía es un símbolo de rebeldía.
“Siempre he tenido miedo de ser quien soy. Decidí representar mi comunidad porque estoy orgulloso, porque ellos soy yo y ya me cansé de esconder mi identidad”, dice Mendoza, en una entrevista realizada por correo electrónico.
Flavio Cesar Carranza, director del Club DREAMers de Oxnard, la comunidad de Gabriel, cree que el hashtag es una oportunidad para combatir la narrativa de criminalización hacia los migrantes que adoptó el presidente Donald Trump durante su campaña y actual gobierno.
“La tecnología y las redes sociales nos ha brindado la oportunidad de llevar el activismo a la comunidad. #Immigrads permite que los jóvenes hagan públicas sus historias de éxito en una sociedad que los ha humillado para forzarlo a las sombras”, dice Carranza.
#Immigrad fue creado por Define America, una organización sin fines de lucro enfocada en el uso de medios digitales para “transformar la conversación sobre migración e identidad”, y en pocos días ha creado tendencia junto a otras etiquetas similares como #LatinxGradCap, #FirstGenerationGrad, #HereToStay y #UndocumentedAndEducated.
Yessica Torres, de 22 años, también se acaba de graduar. Ella estudió administración de negocios en la Universidad Estatal de San José, California. Como Gabriel Mendoza, dejó México desde niña.
“Llegué a aquí a los tres años, cruzamos la frontera ilegalmente para reunirnos con mi papá. No sabía muy bien de mi situación hasta que cumplí 16 años, cuando quise empezar a manejar y no podía sacar una licencia porque no tenía papeles. Ya ni quería ir al college porque pensé que nunca iba a encontrar un trabajo con buena paga”, dice la joven.
En 2012 se integró al programa de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia, DACA (por sus siglas en inglés), una iniciativa presidencial de Barack Obama que otorga permisos de trabajo y ampara temporalmente de la deportación a casi un millón de Dreamers, como se denomina a un movimiento de jóvenes que ingresaron al país con menos de 16 años hasta antes del 2007 y que no superan los 30 años.
Pero si bien el DACA les permite trabajar, también les restringe otros privilegios, como el acceso a préstamos educativos o becas públicas. Para pagar la matrícula y los gastos cotidianos de la Universidad Yessica tuvo que trabajar a tiempo completo mientras estudiaba.
“No pensé que iba acabar de estudiar, mi primer año en la escuela no sabía cómo balancear estudios con trabajo. Iba a la escuela de día y de noche trabaja en un restaurante. Me salió caro pero puedo decir que no me quede endeudada y pude pagar todo yo solita”, cuenta Torres.
Las últimas imágenes en su cuenta de Instagram forman un pequeño ensayo fotográfico de su graduación: en una aparece en su ceremonia de diplomas en la preparatoria, otra muestra su birrete pintado con la bandera de México y la frase “YA CHINGUE” en letras doradas; una más con sus padres, sosteniendo ramos de flores y su certificado universitario y la última donde siete jóvenes, todas compañeras de clase, todas morenas con cabello oscuro y vestidas para salir de fiesta, posan frente a un 2017 formado por globos.
Huir para soñar
El pueblo que Gabriel Mendoza dejó en su infancia es San Martín Peras, en la región Mixteca de Oaxaca, y es conocido por ser uno de los 50 municipios más pobres del país. Según el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), el 94.6% de ese municipio vive en condiciones de pobreza y pobreza extrema.
La región, habitada en su mayoría por comunidades indígenas, sobrevive de cultivos temporales de maíz, frijol, trigo y calabaza, el comercio local y sobre todo de las remesas que llegan desde Estados Unidos.
“En mi pueblo no tienen biblioteca –dice Gabriel– los maestros nunca nos motivaron a leer o nos inspiraron a salir a buscar una carrera, no hay oportunidades para los estudiantes”.
Tampoco hay trabajo, por eso su padres decidieron moverse a California donde la familia entera encontró trabajo en la pizca de fresa. En los campos reconoció su historia en otros.
“Empecé a involucrarme en la comunidad porque veía mucha injusticia hacía los inmigrantes nativos oaxaqueños que no dominan el español y menos el inglés, por eso aprendí el español para ser interprete y traductor” cuenta el joven, quien desde hace algunos años forma parte de varias organizaciones que trabajan en la defensa de los derechos de migrantes, especialmente de los indígenas que son doblemente vulnerables.
En la universidad forma parte del grupo Improving Dreams, Equality, Access and Success (IDEAS), que en español significa Crenado Sueños, Igualdad, Acceso y Éxito. Está integrado en su mayoría por estudiantes indocumentados. “Lo creamos porque queríamos ayudar a los nuevos y cuidarnos entre nosotros”, dice el estudiante pero admite que su caso es poco común.
Gran parte de los jornaleros que trabajan en los campos de la comunidad tienen su misma edad pero para ellos la vida académica es un sueño lejano. “En mi pueblo, mi hermano y yo somos los únicos los que vamos al “higher instiution”, mis compañeros de juventud están en la pizca”, dice.
“Entendemos que es imposible tener éxito en la escuela cuando el estudiante se siente física y emocionalmente amenazado”, dice Flavio Carranza y explica que los obstáculos para lograr un título se presentan desde la adolescencia.
“Siempre escuchamos que los padres que cruzan la frontera se ven obligados a tomar trabajos precarios pero pasamos de largo el hecho de que en muchos casos sus hijos no tendrán más opción que ayudar a la economía familiar e iniciar una vida laboral temprana que los obliga a ignorar la academia”.
Por esto, insiste Carranza, es fundamental dar voz a las historias de éxito.
Yessica Torres está agotada y piensa que es tiempo de tomarse un descanso: “Siento que a huge weight has been lifted de mis hombros (se quitó un gran peso de los hombros) pero no te miento, sí tengo miedo de que un día quiten DACA y me quedé sin nada”.
Desde hace dos años trabaja como asistente legal con un abogado de migración donde a veces hace de traductora bilingüe para personas con casos similares al suyo.
“Este año quiero ahorrar dinero y el próximo voy a aplicar a la escuela de leyes, en un futuro me veo ayudando a migrantes que han vivido mis situación”, dice.
Lo que es seguro es que su vida la imagina en Estados Unidos. En México no le espera nada.
Gabriel Mendoza, por su parte, quiere ser profesor de historia. Cree que los maestros pueden hacer una diferencia en los estudiantes indocumentados: “En las escuelas y universidades faltan maestros mexicanos, indígenas, que entiendan los obstáculos que enfrentas y que puedan guiarte”.
En un futuro le gustaría regresar a Oaxaca y construir una biblioteca en su pueblo, para que los niños puedan seguir sus estudios y que puedan soñar con ser poetas, como él lo ha hecho desde que llegó al país que ahora llama hogar.
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