Atrapados en los call centers


marzo 1, 2017

Son jóvenes repatriados, mexicanos que emigraron a Estados Unidos cuando aún eran niños, y hoy regresan al país de origen y se emplean en call centers. Algunos por decisión, otros deportados, vuelven a un país que les ofrece subempleo y bajos […]

Por: Celia Guerrero

Atrapados en los call centers

Son jóvenes repatriados, mexicanos que emigraron a Estados Unidos cuando aún eran niños, y hoy regresan al país de origen y se emplean en call centers. Algunos por decisión, otros deportados, vuelven a un país que les ofrece subempleo y bajos […]

Por: Celia Guerrero, Pepe Jiménez


Son jóvenes repatriados, mexicanos que emigraron a Estados Unidos cuando aún eran niños, y hoy regresan al país de origen y se emplean en call centers. Algunos por decisión, otros deportados, vuelven a un país que les ofrece subempleo y bajos sueldo. Para ellos, las oportunidades laborales en México dependen de una cosa: hablan inglés

CIUDAD DE MÉXICO.- A unos metros del Monumento a la Revolución, los jóvenes que trabajan para la empresa TeleTech comienzan a salir para su descanso. Vestidos con ropa casual, todos parecen menores de 35 años. Unos se sientan sobre las escaleras en la fachada, entre ellos hablan en inglés.

TeleTech es una compañía de origen estadounidense que pertenece a la industria de “tecnologías de la información” (IT, en inglés), la cual se basa en la subcontratación para ofrecer a otras servicios humanos especializados en informática. Las empresas de IT son criticadas por establecerse en países donde las leyes laborales son permisivas. Gran parte de su trabajo consiste en dar asistencia técnica por teléfono y en inglés. TeleTech tiene un call centers (centro de llamadas) aquí, en el centro de la capital mexicana.

Luis, un agente en esta oficina, confirma que 9 de cada 10 jóvenes que trabajan en ese lugar son mexicanos que vivieron en Estados Unidos, y ahora están de regreso, deportados o por decisión propia.

“Es el trabajo ideal para cuando vas llegando. No te piden muchos documentos y lo indispensable es hablar inglés”, comenta Ernesto, quien emigró a Estados Unidos en 1984 cuando apenas tenía un año de edad. Su retorno a México, en 2008, fue voluntario. Pero entonces, con 25 años y una licenciatura en comunicación que estudió en San Antonio, Texas, sin experiencia laboral, un trabajo en TV Azteca le ofrecía menos de lo que ganó contestando teléfonos para la empresa estadounidense.

“En México si no tienes licenciatura, pero sabes inglés estás atrapado en el mundo de los call centers”, dice Juan Carlos, repatriado en 2009. “Allá (en Estados Unidos) yo estudié hasta el high school. Acá, he hecho carrera”, agrega. Luego enumera las empresas de IT para las que ha trabajado en México: TeleTech, Telvista, CompuCom y, actualmente, Tata.

Luis, por su parte, fue deportado en 2016 durante los últimos días de la administración de Barack Obama. En Chicago quedaron sus dos padres, once hermanos, cuatro hijos y su prometida norteamericana. En México no tiene a ningún familiar.

Al poco tiempo de llegar a la capital mexicana, Luis descubrió que el trabajo de cocinero por el que ganaba alrededor de 64 mil pesos en Chicago, del lado sur de la frontera le dejaba 3 mil pesos mensuales. De ese ingreso, que difícilmente le alcanzaría para pagar la renta de una casa en Naucalpan (2 mil 800 pesos), cobró solo las primeras dos semanas. Luego, decidió explotar en TeleTech el hecho ser bilingüe.

Oficinas de empresa Telvista, en el Centro Histórico de la ciudad. De cada 10 trabajadores en un call center, nueve son mexicanos que regresaron de Estados Unidos. Los contratan porque saben hablar inglés.

Historia de uno, historia de muchos

A sus 32 años Luis pisó por segunda vez en su vida el país en donde nació, México. El primero en irse de Teloloapan, Guerrero, fue su padre, en 1972; lo alcanzó su madre veinte años después, y Luis abandonó el país siendo un niño de ocho años, rumbo a Chicago, Estados Unidos, en 1993.

Allí, a más de 3 mil 600 kilómetros de su lugar de origen, Luis vivió 23 años, aprendió inglés, estudió hasta la preparatoria y comenzó a trabajar como cocinero en el barrio Waukegan, al norte de la ciudad, hasta que fue deportado en noviembre de 2016 por conducir sin licencia y ser inmigrante sin documentos en territorio estadounidense.

Sus padres, como muchas familias mexicanas, cuenta Luis, se fueron del país en busca de “mejores oportunidades”. En 2010, 73 por ciento de los habitantes de Teloloapan era pobre, y 37 por ciento, se encontraba en pobreza extrema, de acuerdo con la Secretaría de Desarrollo Social.

Los números se traducen en pocas oportunidades de vida. Por ejemplo: seis de cada 10 personas del municipio no tienen acceso a servicios de salud; siete habitan viviendas sin servicios básicos, y cerca de un tercio de la población tiene rezago educativo.

La familia de Luis se olvidó de México y se asentó en Estados Unidos desde la década de los 90, sus tres hermanos más jóvenes nacieron allá y ningún miembro consideró la opción de regresar. Pero en agosto de 2016, varias infracciones de tránsito acumuladas derivaron en dos órdenes de aprensión en contra de Luis. Fue arrestado y pasó un mes en prisión y uno más detenido por autoridades migratorias.

El proceso de deportación, dice, es algo de lo que prefiere no acordarse. Antes de salir su padre le entregó una maleta con ropa y dinero, y le dijo: “Si quieres regresar, regresa. Si no, mejor empieza una vida”, el mismo razonamiento que a él, en 1972, lo llevó a comenzar otra vida cuando emigró al norte.

A Luis lo mandaron en avión hasta Brownsville, Texas, y luego en autobús hasta Reynosa. Una vez en la ciudad fronteriza de México con Estados Unidos, temeroso de la situación de inseguridad en el norte del país y sin familia qué contactar, decidió tomar un autobús a la Ciudad de México.

Nueva vida

“Así como está la situación, si regreso son cinco años de prisión. Y acá (en México) tendría que esperar 20 años”, cuenta Luis para explicar por qué decidió comenzar una nueva vida en la ciudad.

Hoy, casi cuatro meses después de su deportación, su esposa y su hija de dos años ya viven con él, pero en Chicago sus otros tres hijos esperan con sus abuelos a que reúna dinero para traerlos al país y volver a vivir todos juntos.

El caso de Luis es uno más de los millones que se presentaron durante el gobierno del expresidente Barack Obama, a quien organizaciones de defensores de migrantes llamaron Deporter in chief (deportador en jefe): durante su mandato 2.8 millones de personas fueron expulsadas de Estados Unidos.

Existen dos formas en que el gobierno de Estados Unidos expulsa migrantes indocumentados: “remociones”, cuando se requiere una orden judicial de deportación y genera antecedentes criminales, y “regresos”, el retorno inmediato a país de origen y que sucede generalmente cuando los migrantes son detenidos al cruzar la frontera.

Según datos del Departamento de Seguridad Nacional, históricamente el número de regresos era mayor que el de removidos. Sin embargo, en la administración de George W. Bush, esta tendencia comenzó a cambiar y para el año 2011, en el gobierno de Obama, se revirtió totalmente: el número de remociones fue mayor al de regresos, de acuerdo con un análisis reciente del colectivo Data4.

En 2015, del total de inmigrantes removidos, el 62 por ciento eran mexicanos (146 mil 132), abunda el análisis de Data4.

Aunque el discurso de criminalización de los mexicanos en Estados Unidos prevalece, en 2015, del total de deportados mexicanos (235 mil 413) únicamente el 0.4 por ciento resultó ser miembro de algún grupo criminal.

Luis dice estar consciente de que, ahora, su única opción es comenzar otra vida en México, y el trabajo en TeleTech con un salario de cuatro mil 500 pesos al mes, es lo mejor que ha podido conseguir.  Además de que el sueldo es mayor al de cocinero, para él estar en el call center le recuerda a su vida en Chicago: “Todos saben qué es estar allá y podemos platicar y entendernos. Fuera del trabajo no hay mucha gente que lo haga”.

Lo mismo dice Juan Carlos, quien viajó a Estados Unidos con su familia a sus 17 años, en 1998, y lo deportaron a los 28. “No somos de aquí ni de allá”, lamenta. Cuando fue deportado vivió con unos tíos, pero incluso había olvidado el español. “Me sentía un gabacho queriendo hablar español. No me podía comunicar bien con ellos, se burlaban de mí y yo me sentía incómodo”, cuenta. Por eso cuando entró a trabajar en TeleTech se sintió en familia. “Ya era mi mundo. Todos hablaban inglés. Entonces, I was happy! Me sentía en casa”, platica aún entremezclando ambos idiomas.

Tres vuelos charter arriban a la Ciudad de México con repatriados a la semana; son 350 deportados, de los cuales aproximadamente el 10 por ciento se quedará en la ciudad a rehacer su vida.

CDMX: ¿ciudad santuario?

Comenzó en 2007 con un vuelo que transportaba alrededor de 120 mexicanos deportados de Estados Unidos. Para 2012 aumentó a dos vuelos, es decir, el doble de deportados. Actualmente son tres los viajes que el aeropuerto de la Ciudad de México recibe cada semana, como parte del Procedimiento de Repatriación al Interior de México (PRIM), programa iniciado durante el gobierno de Felipe Calderón. El PRIM, en el que participan la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) y el Instituto Nacional de Migración (INM), ofrece a algunos connacionales repatriados, además del transporte aéreo o terrestre de la frontera norte a las comunidades de origen, un folleto con información sobre apoyos y una mochila.

En marzo de 2014, el gobierno de Enrique Peña Nieto anunció el programa “Somos Mexicanos”, que da atención a repatriados en 26 puntos de nueve ciudades fronterizas. Como el PRIM, ofrece orientación, traslados a comunidades de origen, pero el objetivo principal es incorporarlos laboralmente “al mercado productivo nacional”.

“Son 350 personas deportadas a la semana que llegan en estos vuelos, de las cuales el 10 por ciento se quedan en la capital y se suman a las que se trasladan a la ciudad desde la frontera vía terrestre. En total, al año, aproximadamente unos dos mil repatriados que se quedan en la Ciudad de México”, cuenta Marco Castillo, director del Instituto de Investigación y Práctica Social y Cultural A.C. (IIPSOCULTA).

El IIPSOCULTA publicó en 2016 un informe sobre la atención a personas que regresan a la Ciudad de México provenientes de Estados Unidos. Del cien por ciento de sus entrevistados, 85 eran originarios de la capital; el resto, aún sin ser capitalinos, decidieron rehacer su vida en esta ciudad.

Con la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, el tema de los mexicanos deportados ganó espacio en la agenda de algunos gobiernos locales en México, incluyendo la de la Ciudad de México a cargo de Miguel Ángel Mancera.

Aunque Mancera ha dicho que la Ciudad de México seguirá siendo un refugio para migrantes, el término de “ciudades santuario” se remonta a 1980 y se trata de una medida declarada por iglesias en Estados Unidos, que buscaban proteger de la deportación a inmigrantes centroamericanos que huían de la violencia en sus países de origen. Actualmente se utiliza para nombrar a las ciudades que poseen políticas o leyes locales que protegen a inmigrantes y reducen la criminalización en general ante las políticas federales.

Mientras, el mayor mérito del gobierno capitalino en México fue entregar, el año pasado, a 314 personas migrantes (54 mujeres y 260 hombres) el seguro de desempleo, según cifras de la Secretaria de Trabajo y Fomento al Empleo de la capital.

Al final, en la Ciudad de México, como lo fue para Luis, Juan Carlos y Ernesto, la mejor opción para un repatriado es trabajar en un call center, una industria equiparable a la maquiladora, considerada una “oportunidad de empleos para deportados”.

“No hay un solo albergue del gobierno para migrantes, no existe atención psicológica para los repatriados y prevalece la postura utilitaria de verlos únicamente como mano de obra barata”, considera Marco Castillo.

A nivel federal, el PRIM también tiene como objetivo la “reincorporación a la vida laboral”. Sin embargo, darles trabajo precario no es una solución al desafío de la reintegración de los repatriados, añade Castillo.

“Hay una deshumanización del retorno. Lo que las autoridades no ven es que la mayoría de los deportados no están en condiciones de tomar trabajos. Muchos llegan enojados, deprimidos, quieren volver. La gran mayoría va a dejar el trabajo porque allá [en Estados Unidos] ganaban cuatro veces más”, explica.


Se autoriza su reproducción siempre y cuando se cite claramente al autor y la siguiente frase: “Este trabajo forma parte del proyecto En el Camino, realizado por la Red de Periodistas de a Pie con el apoyo de Open Society Foundations. Conoce más del proyecto aquí: enelcamino.periodistasdeapie.org.mx”


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Celia Guerrero

Periodista y escritora. Cuento historias con fe ciega en la promesa de que el periodismo puede ser "un instrumento para pensar, para crear y para ayudar al hombre en su eterno combate por una vida más digna y menos injusta".


Pepe Jiménez

FOTOGRAFÍAS

Fotógrafo y periodista independiente por vocación. Para mi no hay mayor privilegio y responsabilidad que la de contar las historias de aquellos que se encuentran en situación de riesgo y vulnerabilidad. Pepe ha trabajado en los Territorios Ocupados de Palestina, Haití, Africa del sur y México con distintos medios, agencias de noticias y organizaciones como la ONU y la Federación Internacional de la Cruz Roja. Actualmente es miembro de la Red de Periodistas de a Pie.