El Plan Frontera Sur no detiene a los migrantes, pero si los aleja de las comunidades y de la red de ayuda humanitaria que se ha establecido cerca de las vías del tren. También le ha cambiado el rostro a las dinámicas sociales de las comunidades que hasta hace poco, vivían del comercio con las personas en tránsito
Texto y fotos: Ximena Natera
Fue en la primera semana de agosto de 2014. Más de una docena de agentes del Instituto Nacional de Migración, respaldados por policías federales armados, irrumpieron en un pequeño hotel cerca de la estación de trenes en Arriaga, una comunidad al sur de Chiapas que colinda con Oaxaca. Cuarto por cuarto, sacaron a la calle a los centroamericanos que esperaban, amontonados en las habitaciones, la próxima salida del tren.
Afuera, las patrullas de los federales bloqueaban las calles aledañas. Otros migrantes, algunos desalojados de decenas de bares, botaneros y casas de seguridad de coyotes en la periferia, intentaban huir de la policía, que según testigos no trataron de detenerlos, solo dispersarlos y asustarlos.
“El súper operativo fue una locura, entre 550 o 600 personas corrían a lo largo de las vías cercadas”, recuerda Rubén Figueroa, coordinador del Movimiento Migrante Centroamericano y defensor de derechos humanos. El operativo fue simultáneo en diferentes lugares de Chiapas y Oaxaca. El saldo, reportó la agencia de noticias internacional AFP, fue de 150 migrantes detenidos, sólo ese día.
En Arriaga muchos migrantes escaparon y por la madrugada tomaron el tren con dirección a Oaxaca. Para el mediodía, los activistas y voluntarios de los albergues se enteraron que agentes de migración y policías federales habían parado el tren en el monte y habían detenido a casi todos.
–Ese día– dice el activista– conocimos el Plan Frontera Sur.
Dieciocho meses después de los primeros operativos en la estación del tren en Arriaga, ya no se ven migrantes esperando en las vías. Los pequeños hoteles que dependían de hospedar a personas en tránsito están vacíos o cerrados y el consulado de El Salvador, a un par de cuadras de la estación, recibe solo un par de “compatriotas” a la semana.
La migración centroamericana, sin embargo, no se ha detenido. La diferencia es que ahora, de acuerdo con los testimonios recolectados en los albergue, los migrantes buscan otras rutas, cada vez más peligrosas. Muchos huyen al cerro, a cientos de kilómetros de las comunidades, del agua potable y la ayuda humanitaria.
–El Plan Frontera Sur obligó a los migrantes a tomar el monte, los desapareció de la vista en Arriaga, pero no para nada– dice Figueroa.
Arriaga, Chiapas
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