#CaravanaMigrante: Postales desde el Bajío


noviembre 13, 2018

Para cruzar México, lo más seguro es ir acompañado. Los migrantes viajan con amigos, con familiares, con perros. Algunos se pierden. Todos tienen dudas y esperanzas. Estas son estampas de una masa humana que toma forma distinta en cada parada. […]

Por: José Ignacio De Alba

#CaravanaMigrante: Postales desde el Bajío

Para cruzar México, lo más seguro es ir acompañado. Los migrantes viajan con amigos, con familiares, con perros. Algunos se pierden. Todos tienen dudas y esperanzas. Estas son estampas de una masa humana que toma forma distinta en cada parada. […]

Por: José Ignacio De Alba


Para cruzar México, lo más seguro es ir acompañado. Los migrantes viajan con amigos, con familiares, con perros. Algunos se pierden. Todos tienen dudas y esperanzas. Estas son estampas de una masa humana que toma forma distinta en cada parada. Instantáneas de la vida en el éxodo

Texto y foto: José Ignacio De Alba

IRAPUATO, GUANAJUATO.- Milagros, de 25 años, cuenta que viajar en una caja de tráiler es asfixiante. Que son más de 100 personas apretujadas compartiendo un espacio chico y oscuro. Dice que allí, con el sopor, el oxígeno empieza a faltar, que el sudor provoca que la ropa se pegue a la piel. Que ella puede aguantar un viaje así por un par de horas, pero los niños no. Que pobrecitos. Que para ellos sí es peligroso. Su hija Milagritos, de 6 años, terminó con fiebre y vómitos.

Aunque viajar en cajas de tráiler no es un lujo, es preferible que hacer el viaje caminando. Caminar es el viaje del pobre por antonomasia, se camina por kilómetros, por horas y a final de cuentas, no se llega muy lejos. La fatiga del cuerpo es tremenda y aunque el sol de la mañana no está muy encendido quema y saca ampollas. La deshidratación provoca diarrea y si persiste obliga a detener el camino. A Sam Cruz le tuvieron que poner suero en la sangre. Pero dice que ya está bien, que retomó el viaje de nuevo. Que “lo bueno es arriba, en el desierto”.

 

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Una abogada especializada en refugio en Estados Unidos explica a varias personas los requisitos para ser candidatas al asilo. De a poco los migrantes se acercan a escuchar. No tienen dudas concretas, más bien divagan en ideas. Pero la abogada insiste en que es muy importante presentar pruebas documentales de que su vida está en peligro, que demuestren que tienen miedo. “¿Vale si tengo cicatrices en el cuerpo para corroborar que me quisieron matar?”, pregunta una mujer cincuentona. La abogada le responde que “puede ser que eso sirva, pero es mejor un documento”.

Un hombre mayor pregunta si la pobreza es motivo para que a uno lo refugien. Ella responde por enésima vez que no. El señor refuta con los brazos cruzados “es que allá el hambre arrea”.

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Gabriela pregunta varias veces qué día es. Todas las veces le respondo: “11 de noviembre”. Y ella repite, por quinta vez, que no quiere que se le olvide que el cumpleaños de su hija es en 13 días. Su hija se llama Valeria y tiene 11 meses. Es una bebé, no habla, no camina y seguramente nunca se acordará de que su mamá la cargó por meses para llegar a Estados Unidos (si es que lo logran). Pero Gabriela está preocupada que tanta penuria le afecte para siempre. “Es muy tiernita todavía”, dice.

La madre remoja pedacitos de torta con agua y se los da a su hija como si fuera papilla. La niña apenas con dientes mastica y babea. “No no lo va a creer: aquí tengo menos dificultad para encontrar comida para mi hija que en Honduras”.

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Entre las 5 mil personas que dejaron de prisa el albergue de Irapuato se fue la mamá de Juan. Él, entre el ir y venir de gente, entre el sueño, la oscuridad de la madrugada y la distracción perdió de vista su familia. Ellos, quizá, pensaron que Juan, de 11 años se había adelantado. Él, por su parte, creyó que regresarían para buscarlo.

A Juan lo encontraron unos paramédicos envuelto en una cobija, paralizado entre el miedo y el frío. Al niño lo rodearon funcionarios para hacerle preguntas, él metió su cabeza en la manta y se puso a llorar sin responder. Un policía le propuso: “Háblales, te presto mi celular”; Juan asomó los ojos llorosos y la nariz moquienta para contestar: “No tienen celular”.

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Lo más seguro para migrar es ir acompañado, muchos van con algún amigo, algún pariente, pareja, incluso hay quien en el camino encuentra la fraternidad de un compañero. Samuel se trajo a su compañero de viaje desde Guatemala: un pequeño perro llamado Goliat que viaja metido en la mochila de su amo. La cabeza y las respingadas orejas van por fuera del cierre y atentas al camino. Es remilgoso y gruñón, pero solidario en la carestía del viaje.

Amo y perro duermen juntos, comen juntos y de vez en cuando a Goliat lo bañan con agua fría. Cuando le preguntan a Samuel si lo va a llevar hasta Estados Unidos, el hombre responde muy serio “claro, allá en la USA va a vivir en el primer mundo”.

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José Ignacio De Alba

Trotamundos, caminante y cronista 24/7.