Cada pickup es un posible trabajo


diciembre 18, 2018

Así es cada día para los migrantes que buscan refugio en Estados Unidos: cada mañana centenares de salen del refugio a buscar trabajo, por día, por semana, por mes… Texto y Fotos: Kau Sirenio Tijuana, Baja California.- En el campamento […]

Por: Kau Sirenio Pioquinto

Cada pickup es un posible trabajo

Así es cada día para los migrantes que buscan refugio en Estados Unidos: cada mañana centenares de salen del refugio a buscar trabajo, por día, por semana, por mes… Texto y Fotos: Kau Sirenio Tijuana, Baja California.- En el campamento […]

Por: Kau Sirenio Pioquinto


Así es cada día para los migrantes que buscan refugio en Estados Unidos: cada mañana centenares de salen del refugio a buscar trabajo, por día, por semana, por mes…

Texto y Fotos: Kau Sirenio

Tijuana, Baja California.- En el campamento de migrantes de El Barretal la vida es así: pequeñas vendimias de dulces y fritangas; en otro rincón los niños juegan futbol y los adultos lavan su ropa; uno más se forma en el puesto de acopio para recibir jabón y un par de calcetines, mientras que en la entrada principal la vigilancia corre a cargo de la policía federal, agentes migratorios y marinos. Se asemeja a un campo de concentración.

Sin embargo, desde las seis de la mañana cientos de hombres salen como hormigas a la calle. Ahí es otra vida. Esperan que alguien pase a recogerlos para ir a trabajar, aunque sea un día o una semana, no importa, porque urge hacerse de dinero para no depender siempre de las donaciones de las organizaciones sociales.

Cuando los vehículos pasan por trabajadores, los migrantes corren como pueden para ser los primeros contratados del día. Pero la mayoría no tiene éxito, los que no lograron un lugar regresan cabizbajos, pero luego se reorganizan y vuelven a intentar hasta que logran colarse para trabajar aunque sea una jornada.

Después de las nueve de la mañana, los que no consiguieron trabajar regresan al campamento por sus documentos y esperan a que llegue el camión que los va a llevar a la feria del empleo que montó el gobierno federal, estatal y municipal.

Mientras esto ocurre en la avenida Las Torres, por la calle Hermenegildo Galeana entra un camión de la Marina Armada de México con marinos armados y un pelotón de cocineros para servir el desayuno a los migrantes.

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Entre las hileras de tiendas de campañas surge una voz inaudible que avisa a los migrantes que quieran buscar trabajo en la feria de empleo o en su caso hacer trámite en oficinas de Instituto Nacional de Migración (INM), o a la Comisión Mexicana para Ayuda a Refugiados (Comar). El aviso tiene respuesta rápida, de inmediato se forman dos columnas de hombres y mujeres con folders en mano y se encaminan a la salida para abordar el camión que los está esperando.

Mientras avanza la fila para abordar el camión, una mujer muy airada reclama a los de migración: “¿A donde los llevan?, ¿sí, les explicaron que no si obtienen la visa humanitaria ya no podrán aplicar para la de Estados Unidos?, porque si no lo hicieron ustedes están engañando a estas personas. Lo digo porque el abogado de migración nos puso al tanto de este tipo de visa”.

El reclamo no tiene eco, los propios hondureños dicen que no van por la visa humanitaria sino a la feria del empleo: “Aquí no podemos estar esperando que todo nos den, tenemos que trabajar para tener algo de dinero, porque tenemos antojos de un café o de una pieza de pan”, dice Jairo Ovando.

Agrega: “Ya trabajé tres días, me pagaron 150 por la jornada, nos llevaron a lavar jícamas, para mí me fue bien porque nos invitaron pollo y refresco, por lo que trabajé ya junté mis 450 pesos, aunque si quiero trabajar en algo más, si encuentro un trabajo seguro ya no me voy a mi país”.

Él, como muchos otros no alcanzó empleo; por más que corrió tras las camionetas que se asomaron a ofrecer trabajo esa mañana, nomás no consiguió. El que si tuvo suerte desde que llegó fue Iván Carlos, así les contó a los de la radio Progreso de Honduras a quienes les ofreció compartir vídeos e imágenes de la caravana, así como la de su nuevo empleo en un Oxxo de  Tijuana.

La fila avanza y atrás van quedando las cobijas, las colchonetas, las tiendas de campaña y los niños al cuidado de la policía federal, que se ven a los lejos por las casacas fluorescentes, así como por voluntarios del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), que ofrecen talleres infantiles, otros más hacen deporte.

Las mujeres y los hombres se organizan para asear el área, unos barren, otros recogen la basura y la tiran en el contenedor a la entrada del campamento. El resto se programa para aseo personal.

 

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La pickup aún no se frenaba por completo cuando los migrantes la rodearon. Los tripulantes intercambiaron algunas palabras con los migrantes, acordaron subir a cinco para ir a trabajar en la construcción. Los cinco se acomodaron en la caja del carro y éste arrancó, los nuevos trabajadores desaparecieron de la escena en segundos.

Otros más se quedaron esperando su turno para ver si alguien los lleva a trabajar. Mientras esperan, Juan Carlos se acerca para platicar con el reportero. Lo primero que narra es su travesía de 45 días por el país, hasta llegar a Tijuana, después platica de su nuevo trabajo como ayudante de albañil, en el que le pagan 250 pesos más la comida.

Delgado, de unos 165 centímetros de estatura, piel canela, cuenta que su único deseo es llegar a Estados Unidos. No pierde su fe por su religión: “Si todos fuéramos cristianos, desde cuando se hubiera abierto la puerta de la garita, pero como no todos creen eso, por eso estamos aquí, pero yo estoy seguro que esa puerta se va abrir en cualquier momento, y cuando eso pase yo estaré allá trabajando para que a mi familia no le falte nada”.

Toma su café y luego suelta: “No me puedo quejar, llevo trabajando una semana y he juntado algo de dinero, espero conseguir más para mandarle a mi familia que está en Honduras, desde que llegué me dieron permiso de trabajo, eso me está ayudando mucho”.

Aún no terminaba de hablar cuando se detuvo una camioneta blanca que le pitó, él de inmediato se despidió y arrancó hacia a sus nuevos patrones.

Otro que se las ingenió fue Wilmer. Consiguió un pedazo de cartón para anunciar su oficio: “Sé tallar madera y escultura, trabajo garantizado”. Así estuvo toda la tarde, aunque no logró mucho.

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