Esta fundación usa la biblioterapia para tocar los sentimientos sepultados por la tragedia de la migración. La lectura colectiva de relatos abren espacios para que los migrantes puedan expresar las emociones que los atraviesan. “Tenemos que humanizar nuestra mirada”, dice su directora en entrevista con Pie de Página
Texto y fotos: Arturo Contreras Camero
“Creemos en la fuerza y el poder de la palabra”, dice convencida Cecilia Espinosa Bonilla, directora de la fundación SM. Ésta, desde 2017 lleva libros a migrantes para que, a través de la lectura, las personas en movilidad puedan hablar sus dolencias afectivas y emocionales.
“La idea es que encuentren en las narrativas, sí dolor, pero que a partir del intercambio encuentren una escucha que les permita liberarse de la carga que tienen”, dice en entrevista.
En el proyecto, el libro se vuelve un pretexto para trabajar las emociones.
“Los migrantes son gente que se encuentra tan metida en sus problemas, gente que está cargando en su espalda toda una historia. Es toda la tragedia de que no tienen un futuro claro; el dolor de haber dejado a sus familiares; que no tienen nada más lo que tienen puesto. Pero todos tienen una profunda esperanza que en la migración van a encontrar una mejor vida de la que tienen”.
El proyecto, explica Espinosa Bonilla en entrevista con Pie de Página, ha logrado que a través de la palabra, a través de los libros, las personas tengan un espacio en el que pueden expresar lo que están viviendo, sus emociones, lo que les duele, lo que temen, temas que quedan olvidados en la travesía.
Un túnel
La primera vez que dio uno de estos talleres, tenía sus dudas, e incluso miedo. “En esa primera sesión trabajaron con un libro que se llama El Túnel. Una historia de dos hermanos que se llevan muy mal, se pelean y entonces la mamá se enoja y los manda a un callejón para que resuelvan sus problemas.
En ese callejón el niño se mete a un túnel, y la niña se queda sola y asustada. Ella es es tímida, mientras que él es muy valiente. Pasa el tiempo y como su hermano no regresa, ella decide atravesar el túnel e ir a buscarlo. Cuando sale del túnel encuentra un bosque horroroso y terrorífico en el que encuentra a su hermano hecho piedra. La niña llora y lo abraza. En la calidez del abrazo, el niño recupera su movilidad.
“Había mucha tensión en la sesión y cuando terminó la narración, la gente empezó a hablar, se empezó a mirar. Entonces, de pronto, un haitiano, gigantesco, con una cara dura se levantó y miró a un nicaragüense que estaba del otro lado de la sala”, cuenta.
“‘¡Hey tú!’ le dijo mientras lo señalaba. Yo pensé que se iban a… que se iba a poner muy…”, dice Cecilia mientras niega con la cabeza y cierra los ojos. ‘¡A ti, te quiero abrazar!’, le dijo con una voz muy dura al nicaragüese. Yo pensaba que algo iba a pasar”.
“Se acercaron y se abrazaron. Ahí vimos la importancia del abrazo, de su calidez. Después de todo, ¿quién no necesita un abrazo?. De pronto todo mundo se empezó a abrazar y barrió con el ambiente que estaba todo tenso y duro. Se suavizó. Esa es la magia de las palabras y de las narrativas”.
Esta metodología empezó en Casa Mambré, un albergue y refugio escondido en la Ciudada de México para migrantes que han sufrido de todo. Quienes han pasado por ahí ha sido violada o secuestrada, o son perseguidos. En la casa encontraron un lugar seguro para descansar y donde reciben atención integral.
“Las sesiones de terapia lo que hacen es abrir estas opciones para el diálogo, el intercambio y el reconocimiento de lo que viven y por lo que pasan”, dice.
La biblioterapia ha atendido a mil 116 migrantes y está en proceso de expandirse a tres espacios del Servicio Jesuita para Migrantes en Tapachula, Chiapas.
El lenguaje de los niños
Para llevarlo a cabo estas sesiones de biblioterapia se necesitan sesiones de dos horas u hora y media, en la que se usan libros infantiles, con ilustraciones grandes, pues muchos migrantes son analfabetas o tienen habilidades de lectura muy limitadas, por lo que en ellas se echa mano de una lectura pausada y dramatizada.
“Estamos teniendo muy buenos resultados”, dice convencida. “No estamos resolviendo sus problemas, no estamos cambiando su situación, pero le estamos dando un espacio en donde ellos encuentran un poco de paz y pueden encontrarse con sus pensamientos, con sus problemáticas y de esa manera pensar de forma distinta, con una perspectiva diferente”.
Un trabajo en dos vías
Además de llevar libros para sanar a migrantes, la fundación SM inició otra serie de proyectos que están muy enfocados en la sensibilización de otras personas.
“Tenemos que entrarle a los problemas de migración de manera frontal, dándole voz a los migrantes para que la gente pueda ir haciendo más delgada esa coraza y también siendo un poco más empática con ellos”, dice sobre la finalidad de estos proyectos.
El más importante es el de las bibliotecas humanas, en las que las personas se vuelven libros vivos que se ponen a disposición de otros y cuentan su propia historia. Sus vidas se vuelven páginas abiertas.
“El propósito es sensibilizar y pensar en la migración como algo no tan lejano”, explica. “Entenderlo como que la gran mayoría es gente que está buscando una mejor vida, es gente que está moviéndose por cuestiones de supervivencia. Esa pérdida de visión, esa falta de empatía en el otro es en la que trabajamos muchísimo”.
El esfuerzo inicia reuniendo a un grupo de migrantes, a quienes dan un taller para que puedan hilar sus historias. Estos ejercicios han producido títulos como “Fuerza y esperanza” que cuenta la vida de un camerunés en México que sueña con ser cirujano.
Después, se crean colecciones como Migraciones transcontinentales, Dreamers, o Desplazamientos forzados, que son puestas a disposición del público general en ferias del libro o festivales culturales donde la gente puede escuchar historias de 10 o 15 minutos de voz de sus protagonistas.
“Lo que hemos aprendido de todo esto, es que tenemos que humanizar nuestra mirada. Tenemos que conmovernos y ser más compasivos con las personas que se encuentran en situación de movilidad”.
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