El 13 de mayo del 2012, 49 cuerpos fueron mutilados en Cadereyta, Nuevo León. Les arrancaron brazos, piernas y cabeza para impedir su identificación. Pronto, autoridades los echaron a la fosa común del olvido. Pero el amor de los familiares y el trabajo de organizaciones civiles logró recuperar el nombre de 8 de ellos, todos migrantes centroamericanos.
Por: Marcela Turati
Fotografías: Ginnette Riquelme
La Paz, Honduras. Ella llegó en crisis a su casa. Por teléfono, un funcionario anónimo le avisó desde México que encontraron una identificación de su hermano Fabricio entre una pila de cuerpos tasajeados en una masacre. Doña Norma, su madre, las regañó a ella y a sus otras hijas por llorar y les prohibió creer esa mentira.
Pero conforme pasaba el tiempo y su hijo y los amigos con los que emigró de Honduras no se reportaban, Norma empezó a dudar. Vencida por la tristeza oró y ayunó tres días rogando a Dios que le trajera a su muchacho, sano y completo. Esa era su condición. Durante una de esas noches lo soñó sin brazos. Entonces, rendida, cambió su oración: “Señor, tráemelo como esté”.
Veintisiete meses después ocurrió el milagro: Fabricio volvió a casa. Iba dentro de uno de los ocho féretros que llegaron desde México al departamento hondureño de La Paz, que fueron recibidos por multitudes en las calles; todos conmovidos.
Su asesinato, hecho público dos años antes –el 13 de mayo de 2012–, apenas obtuvo una leve mención en los medios hondureños. En México la noticia causó indiferencia cuando no repugnancia: “Dejan sólo torsos en Cadereyta; tiran 49 cuerpos mutilados en NL”, tituló un diario. ¿Una masacre más? A quién importaba.
Las víctimas fueron despojadas de brazos, piernas y cabeza por una de las bandas que secuestra, mutila y masacra a migrantes para proclamar su señorío por sobre las rutas de tráfico ilegal. Mutilaron sus cuerpos –seis eran de mujeres– para convertirlos en un mensaje.
Sería imposible identificar esos despojos, se apresuró a decir el gobernador de Nuevo León y le hicieron eco sus funcionarios. Para pronto, los echaron a la fosa común con lo que los condenaban al infierno de la muerte anónima, y a sus familias, a penarlos de por vida.
Sólo en el sexenio de Felipe Calderón ese fue el destino de al menos 15 mil personas no identificadas.
Arrancar a estos migrantes anónimos de una fosa ubicada a tres fronteras de distancia de su país de origen no cabía en las leyes de las probabilidades.
Pero pareciera que Fabricio se había obstinado en volver a casa y el hallazgo de su identificación dio pie al primer milagro que atrajo a otros: la llamada anónima del samaritano que inyectó la duda, la unión de las madres, esposas y hermanas de los ausentes, un afortunado encuentro con una organización mexicana buscadora de migrantes desaparecidos con un comité de madres hondureño y un equipo forense especializado en tareas imposibles.
Fabricio Anabel Suazo Padilla, Javier Edgardo Tejeda Vásquez, Ramón Antonio Torres Castillo, Mauricio Francisco Suazo Mejía, Elmer Saíd Barahona Velásquez, Heber Josué González Betancurth, José Enrique Velásquez Zelaya y Leonel Dagoberto Rivera Cáceres, recuperaron su nombre en las tumbas que los albergaban.
Esta reportera conoció sus historias a finales de agosto de 2014, cuando se cumplía un mes del reencuentro con los amados aventureros y de la siembra de sus cuerpos cerca de sus casas. El segundo domingo de agosto las familias se reunieron para hablar sobre cómo se sentían después de esta ruda batalla. La reunión estuvo llena de lágrimas y de silencios, para no dañar más al corazón.
CONTRA EL DESPRECIO GUBERNAMENTAL
“A fines de abril, creo que domingo de resurrección del año 2012, salieron rumbo a EU, ese era el motivo de viaje. La última vez que se tuvo comunicación con ellos fue 5 de mayo, llamaron todos pidiendo dinero, que se los enviara. Estaban en Tamaulipas, en una casa que estaban donde aproximadamente había 53 personas”, recordó Patricia Suazo, abogada, hermana de Mauricio Francisco.
El domingo 13 de mayo de 2012 la televisión daba a conocer la masacre. Era una más. Se asustaron cuando los parientes de Fabricio relataron al resto de sus acompañantes el aviso que recibieron por teléfono.
Patricia Suazo se convirtió en el motor de la búsqueda y fue convenciendo a cada familia a unirse hasta que juntó al grupo. “Comencé sola la lucha –dijo–, sentía que si no nos organizábamos no podríamos recuperar un cuerpo. Cuando uno va sola no le dan respuesta, si vamos juntas sí te reciben”.
Las mamás, hermanas y esposas presentaron juntas a la Cancillería de su país, pronto les tomaron muestras de sangre. En esos días, las citó la directora de asuntos consulares de la cancillería, Ivonne Bonilla, quien les dijo que el gobierno de México le había informado que sólo el cuerpo de Ever Betancurth coincidía con la muestra genética.
“Cuando nos dieron el resultado de que no era compatible fue terrible, era como volver a empezar. Ella dijo que no podía hacer nada, que había que esperar”, recordó Patricia Suazo. Esperaban un llamado de atención enérgico del gobierno hondureño al mexicano, una palmada en el hombro como gesto de condolencia o algún gesto de solidaridad, pero no recibieron nada.
“Cuando dicen que no había resultados decidí buscar en internet a la Casa de Migrantes de Saltillo, les conté por correo electrónico nuestra historia y dejé un numero de teléfono. Me contactó la Fundación para la Justicia, les envié más detalles, ellos se se contactaron con las antropólogas argentinas: (la identificación de los restos de Cadereyta) era un caso que ellos tenían. Mantuvimos comunicación constante, comenzamos a tener terapia psicológica”, explicó Suazo.
En esas primeras sesiones de la pregunta ¿son o no son?, pasaron al ¿cómo los vamos a traer?
En junio el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) tomó otras muestras de ADN a las familias pero el gobierno de México no las quiso aceptar. En octubre y en abril del siguiente año, el ministerio público de Honduras repitió el proceso porque los resultados no coincidían.
En todo el proceso estuvieron acompañadas por las integrantes del Comité de Familiares de Migrantes Desaparecidos del Progreso (Cofamipro), mujeres aguerridas que desde 1999 buscan a sus parientes desaparecidos en la ruta hacia Estados Unidos. Los domingos tienen un programa de radio y cada año participan en las caravanas de Madres Centroamericanas por México donde algunas veces, pocas, encuentran a alguno.
Ellas arroparon a las familias de La Paz, las acercaron con abogados y psicólogos que integran el proyecto trasnacional Verdad y Justicia para Personas Migrantes que integra a organizaciones de México, Estados Unidos y Centroamérica.
El grupo lo integraban varias mujeres: Doña Norma, la mamá de Fabricio Anael Suazo, quien primero perdió la memoria y negaba la situación pero después comenzó a acudir a las reuniones y a presionar a los funcionarios. Doña Claudina Castillo, mamá de Ramón, una mujer que rebasa los 80 años, no hablaba en las reuniones y estaba deprimida hasta un día que comenzó a expresar sus sentimientos; Georgina Vázquez, la mamá de Javier, que tras la noticia desarrolló diabetes e hipertensión y estuvo casi muda, pero la lucha la hizo rebelarse, comenzar a hablar y hoy es la tesorera del grupo. La profesora jubilada Vitalina Velázquez, mamá de Elmer Said, que había sido hospitalizada, la creyeron a punto de morir, pero comenzó a levantarse de la cama y a viajar con las demás. María Estela Mejía, madre de Mauricio Francisco, anciana de 80 años que lloraba en las noches a solas, a escondidas de su esposo para no provocarle un infarto.
De Villa San Antonio, un pueblo cercano, estaba Ritza, la mamá de Heber, a quien le costaba más desplazarse porque trabaja en una maquila y no le permitían ausentarse. Adela Zelaya, mamá de José Enrique, y la señora María, madre de Luis Rivera Valladares, fueron las últimas que aceptaron tomarse muestras porque no querían ni pensar que sus hijos estaban muertos.
El golpe para María fue el más duro porque antes de que los forenses le notificaran que habían identificado genéticamente a su hijo como uno de los asesinados, Cancillería lo anunció por la radio.
“Todos desmejoraron en salud, buscaron especialistas. A veces estábamos al borde de la locura, no sabíamos qué etapas estábamos pasando. Unos días estábamos en la lucha, otros no queríamos ni levantarnos. Siempre fue el dolor. No sabíamos como estábamos. Traerlos de regreso fue un gran alivio, no quita el dolor pero amortigua la situación”, relató Patricia Suazo.
Otra experiencia dolorosa fue descubrir que el gobierno no era un aliado sino un enemigo, indolente, indiferente.
El último tramo del proceso, cuando sabían que habían sido identificados, no les atrajo menos problemas. Esperaron seis meses (pasaron otro aniversario de la masacre) para tener una fecha definitiva que a cada rato les posponían. Cada vez que les anunciaban que ya era un hecho aparecía un nuevo error de papeleo.
Ninguno de los gobiernos quería pagar el traslado, hasta que cedió el mexicano.
La mañana del 21 de julio de 2014 de la cancillería hondureña llamaron de improviso a todas las familias para avisarles que los cuerpos estaban en el aeropuerto y que si no iban por ellos los dejarían a la intemperie. Esa fue una de las últimas torturas.
Las mujeres de La Paz sabían que las querían obligar a posar con funcionarios que iban a colgarse la medalla de la repatriación y que tampoco tendrían la privacidad que querían para reencontrarse con sus hijos, así que se aferraron al acuerdo verbal que habían hecho con las autoridades de recibir a sus familiares el 22 y con toda la dignidad que revestía el momento.
El día indicado la prensa arremetió contra ellas en la morgue por no dejarse fotografiar y las familias forcejearon durante horas para que los ataúdes no fueran trasportados en algo que parecía un camión de la basura. Fue hasta la tarde cuando las carrozas fúnebres llegaron a la ciudad; las calles estaban rebosantes de paisanos, muchos lloraban.
LOCALIZANDO A OTROS
La mañana del encuentro para este reportaje, el sábado 16 de agosto de 2014, a casi un mes del entierro, las familias comenzaron la reunión con una oración pidiendo fortaleza para ellos y por quienes sufren la desaparición de un familiar. Después de hacer un minuto de silencio por sus muertos, comenzó el intercambio:
-Yo como abuela sólo quería decir gracias porque ya los trajeron.
-Fueron 27 meses que caminamos sin saber dónde iban a terminar.
-Bendigo a Patricia por sus llamadas, bendigo a quienes abrieron esas tumbas, a quienes tuvieron valor de exhumar, a las manos que los sacaron, bendigo a ese grupo de antropólogas argentinas que fue de mucha ayuda para nosotros, son ángeles que el Señor nos mandó, a Marcia (Martínez) de Cofamipro, a la abogada Tirza (Flores Lanza), a los abogados que estuvieron en el caso. Ya el Señor nos hizo el milagro de que nos trajeran a nuestros hijos.
-Ya nos sentimos con tanta fuerza para seguir adelante que cuando escuchamos a otros que nos dicen que tienen hasta años buscando a sus familias siento que somos egoístas.
-Es un triunfo que estábamos aquí, que queríamos que así estuvieran, es un triunfo traerlos.
Lloraron, agradecieron, volvieron a llorar. Se preguntaron por qué la saña de los asesinos. Pasaron de ladito, como de puntillas, sobre la forma en que fueron asesinados. Sólo pueden referirse a ese dolor punzante como ‘el martirio’.
Eso aún no lo podían verbalizar. Decapitación es una palabra prohibida.
Maldijeron a su gobierno y al mexicano; bendijeron a quienes les ayudaron.
Al final anunciaron la creación de un nuevo comité: el COFAMICENH, Comité de Familiares de Migrantes Desaparecidos del Centro de Honduras. Comenzaron a mostrar el diseño de las playeras que se mandaron a hacer y a hablar de los casos que comenzaron a tender. Discutieron la mejor manera de cuidarse porque generalmente están sueltos los coyotes que llevaron a sus familiares al matadero.
Para ellas la lucha continuaba. Se prometieron ayudar a los otros las 24 horas los siete días de la semana.
Doña Norma, la madre de Fabricio, el muchacho que iba bien identificado, estaba entre los asistentes a la reunión. Por la tarde, en su casa, se mostraba más relajada.
En la fresca estancia desde donde veía a su hijo trabajar (él reparaba todo tipo de aparatos y arreglaba la casa) ella recordó aquella necia oración que en sus días de negación repetía al Señor: “Tráigame a mi hijo a salvo, bien completito, así como salió de casa”.
Cuando en una visión lo encontró sin brazos, aunque tranquilo, ella repeló y dijo: “Padre, así no quiero, así no”. Enseguida vio un ataúd grande en la puerta de su casa. Ella sólo respondió: “Ah, Señor, consumado es, entonces ya no me lo traiga vivo y sano, si la voluntad suya es diferente tráigamelo así. No sé cómo, pero me lo va a traer: ponga ángeles, ponga medios para ayudarnos solos no podemos”.
Esa fue su oración en la cama, en la cocina, en el baño, en la calle, a toda hora. Esa fue la oración durante 27 meses en los que insistía con sus compañeras a que se los devolvieran.
Enfermó varias veces, estuvo a punto de una trombosis y rezaba: “Señor, no me quite la existencia sin antes ver venir a mi hijo de la manera que usted quiere”.
No comía, no dormía, sólo lloraba.
Sobre una maceta puesta a su lado colocó el retrato de su Fabricio recién graduado. Lo miró y dijo sonriente: “Este es un milagro que sólo Dios pudo hacer, por nuestras propias fuerzas nunca lo hubiéramos logrado: uno es pobre, la repatriación es cara, a dónde íbamos a ir, dónde íbamos a buscar. Imagínese, ¿quién iba a pensar que ese equipo de antropólogas forenses argentinas que no nos cobró ni un centavo, que ese grupo de esa fundación para dar justicia (Fundación para la Justicia), que ese grupo de voluntarias de Cofamipro, que esos psicólogos nos ayudarían y que juntas lo haríamos?”.
Se condolía por tantos de sus paisanos que no han tenido la suerte de esos ocho de ser enterrados cerca de casa y mencionó a una mamá que desde hace 20 años espera un milagro como el suyo.
La entrevista pasó por lágrimas y por terrenos minados por los que ella y las demás mamás no se detienen: las causas de la barbarie, la saña, la tortura. Casi en la despedida anunció luminosa la manera que encontraron para consolarse el corazón de tanta tristeza: “Ahora vamos por esa nueva etapa que ya vamos a ayudar a las demás personas. Antes estábamos con la ansiedad sólo preguntando cuándo vuelven nuestros hijos… ¿cómo vamos a pagar sino es ayudando nosotros a otros?”.
Apéndice: El 30 de abril de este año, una de estas mujeres hondureñas viajó a la ciudad de México, junto con representantes de organizaciones centroamericanas como Cofamipro, y mexicanas como la Fundación para la Justicia, además del equipo argentino para reunirse con la titular de PGR, Areli Gómez, quien prometió la construcción de un mecanismo transnacional para que las familias de migrantes asesinados en México tengan acceso a la justicia. Para que los crímenes no queden impunes.
Se autoriza su reproducción siempre y cuando se cite claramente al autor y la siguiente frase: “Este trabajo forma parte del proyecto En el Camino, realizado por la Red de Periodistas de a Pie con el apoyo de Open Society Foundations. Conoce más del proyecto aquí: enelcamino.periodistasdeapie.org.mx”
On May 13th 2012, 49 bodies were mutilated in Cadereyta, Nuevo Leon. Their arms, legs and heads were torn apart to prevent them from being identified. Quickly, the authorities threw them into the common grave of oblivion. However, the love of their relatives and the work of social organizations managed to recover the names of eight of them, all Central American immigrants.
Text by: Marcela Turati
Pictures: Ginnette Riquelme
La Paz, Honduras. She arrived to her house in the middle of a nervous breakdown. Over the phone, an anonymous Mexican public servant had informed her that they had found her brother Fabricio´s ID, among a pile of mutilated corpses product of a massacre. Doña Norma, her mother, scolded her and her sisters for crying and forbid them from believing such a lie.
However, as time went by and her son and the friends with whom he had emigrated from Honduras never called back, Norma started to question herself. Beaten by grief, she prayed and fasted for three days begging to God to bring her boy back to her, safe and alive. That was her condition. During one of those nights she dreamed of him with no arms. Then, surrendered, she changed her prayers, “Lord, bring him back however he is”.
Twenty seven months later the miracle happened: Fabricio came back home. He was inside of one of the eight coffins that arrived from Mexico to the Lap Paz County, Honduras. The coffins were received by a crowd on the streets, all of them touched.
Their assassination, made public two years earlier –May 13th 2012-, barely had a mild mention in the Honduran media. In Mexico the news caused indifference and repugnance: “Torsos are dropped in Cadereyta; 49 mutilated corpses were dropped in NL”, a newspaper used as title. Another massacre? Who cares?
The victims´ arms, legs and heads were mutilated by one of the gangs that, kidnaps, mutilates, and massacres immigrants in order to proclaim their power over one of the illegal trafficking routes. They mutilated their corpses –six of them were women- to turn them into a message.
“It would be impossible to identify the remains”, Nuevo Leon´s Governor said in a hurry, echoed by his subordinates. Long story short, they threw them into a common grave which condemned them to an anonymous death hell and, their families, to mourn them for a life time.
During Felipe Calderon´s six year presidency alone, such was the fate of 15,000 unidentified people.
Retrieving those anonymous immigrants´ corpses from a grave located three borders away from their homeland, was not even a possibility.
However, it would seem Fabricio was stubborn about coming back home and the finding of his ID was the first of many miracles: the anonymous call from a good samaritan which ignited the doubt, the gathering of the mothers, wives and sisters of the missing men, a lucky meeting with a Mexican organization which looks for missing immigrants with an Honduran mothers committee and a forensic team specialized in impossible tasks.
Fabricio Anabel Suazo Padilla, Javier Edgardo Tejeda Vásquez, Ramón Antonio Torres Castillo, Mauricio Francisco Suazo Mejía, Elmer Saíd Barahona Velásquez, Heber Josué González Betancurth, José Enrique Velásquez Zelaya y Leonel Dagoberto Rivera Cáceres; recovered their names on the graves that hold them.
This journalist found out about their stories late in August 2014, a month had passed since the reencountering of the beloved adventurers and the burying of their bodies near their houses. On the second Sunday of August the families gathered to talk about how they felt after such a hard-fought battle. The meeting was full of tears and silent moments, to keep their hearts from further harm.
[caption id="attachment_1034" align="aligncenter" width="720"] The organization among families achieved the impossible[/caption]Against the government´s disdain
“Late in April, I think on Eastern Sunday 2012, they departed to the US, that was their journey´s destination. The last time someone communicated with them was on May the 5th. They all called asking for money to be sent to them. They were in Tamaulipas, in a house with 53 people approximately”, recalls Patricia Suazo, a lawyer and Mauricio Francisco´s sister.
On Sunday, May 13th 2012 the massacre was announced on the TV. It was just another one. They got scared when Fabricio´s relatives told the rest of the companions´ relatives about the news they had received over the phone.
Patricia Suazo became the search´s engine and convinced the rest of the families to join her until she formed the group. “I started this fight by myself –she said-, I felt that if we didn’t get organized, we weren’t going to be able to recover any body. If you go by yourself, they will give you no answers but, if we went all together they would let us in”.
Mothers, sisters and wives presented together at their country´s chancellery, soon after that, blood samples were taken from them. During those days the Director of consular affairs Ivonne Bonilla requested an appointment with them, in order to tell them that according to the Mexican government, only Ever Betancurth´s corpse matched the provided genetic samples.
“When the results came back negative it was horrible. It was like starting all over again. She told us there was nothing she could do, that we had to wait”, recalled Patricia Suazo. They expected a hard statement from the Honduran government against Mexico´s, a pat on the back as a condolence gesture or some kind of solidarity gesture, but they didn’t receive anything.
“When they said there were no results I decided to look for Casa de Migrantes de Saltillo on line. I told them our story on an email and provided a phone number. Fundacion para la Justicia contacted me, I sent them more details and they contacted the Argentinian anthropologists: (the identification of Cadereyta´s remains) was a case they had been assigned to. We established constant communication, we started to receive psychological therapy” Suazo explained. During those first sessions they went from asking “Are they really them?” to “How will we bring them back?” [caption id="attachment_1035" align="alignnone" width="720"] Tejeda Vazquez family[/caption]In June, the Argentinian Team of Forensic Anthropology (EAAF) took new samples from the families but the Mexican government wouldn’t accept them. In October and April of the following year, Honduran Public Prosecutor repeated the process because the results had shown no positive matches.
During all this process, the families had the company and support of the members of the Missing Immigrants from Progreso Relatives´ Committee (Cofamipro), courageous women who, since 1999 have been looking for their relatives who disappeared on their way to the US. They have a radio program on Sunday and every year they participate in the Central American Mothers´ Caravan through Mexico that, sometimes, but not too often, finds a missing immigrant.
They took in the families from La Paz, got them in contact with lawyers and psychologists who are part of the transnational project Truth and Justice for Immigrant People which combines organizations from Mexico, US and Central America.
The group is formed by several women: Doña Norma, Fabricio Anael Suazo´s mother, who at the beginning lost her memory and was in denial about the situation but later started attending the meetings and pushing public servants. Doña Claudina Castillo, Ramon´s mother, a woman on her 80´s. She didn’t use to talk during the meetings and was depressed until the day she started expressing her feelings. Georgina Vazquez, Javier´s mother who, after receiving the news, developed diabetes and high blood pressure and was almost mute, however, the fight forced her to rise, start talking and today she is the group´s treasurer. Retired teacher Vitalina Velazquez, Elmer Said´s mother, who had been hospitalized and was thought near death but she got up from her bed and started traveling with the rest of them. Maria Estela Mejia, Mauricio Francisco´s mother, an 80 year old woman how cried by herself at night, hiding from her husband to avoid causing him a heart attack.
From Villa San Antonio, a nearby town, Ritza, Heber´s mother, who found very difficult to travel because of her job at a textile factory which didn’t allow her to be absent. Adela Zelaya, Jose Enrique´s mother and Maria, Luis Rivera Valladares´s mother were the last ones to accept giving samples because they refused to even think about their children being dead.
Maria received the hardest news since before the forensic team notified her they had successfully identified her son as one of the victims, Chancellery announced it over the radio.
“Everybody´s health deteriorated, we looked for specialists. Sometimes we were on the verge of madness, we didn’t know which stages we were going through. Some days we would get involved in our fight and other days we didn’t even want to get out of bed. There was so much pain. We didn’t know how we were. Bringing them back was an enormous relief, it doesn’t take away the pain but it makes the situation a little easier”, tells Patricia Suazo.
[caption id="attachment_1037" align="aligncenter" width="480"] Javier Tejeda Vazquez´s last memory.[/caption]Another painful experience was discovering the government, far from being an ally, was an indolent and indifferent enemy.
The last part of the process, once they found out the bodies had been identified, wasn’t any easier. They waited six months (mourned another massacre´s anniversary) in order to have a definite date which was postponed over and over. Every time they were told it was a fact a new issue with the paperwork came up.
Neither government wanted to pay for the transportation until finally, the Mexican government budged.
In the morning of July 21st 2014, the Honduran chancellery suddenly called all the families to let them know that the bodies were at the airport and, that if they didn’t pick them up they were going to leave them out in the open. That was one of the last tortures.
The women from La Paz knew they were going to be forced to pose next to public servants trying to credit themselves for the repatriation and that they were not going to have the privacy they wanted to have to reencounter with their children. So they brace themselves to their verbal agreement with the authorities about receiving their relatives on the 22nd with all the dignity that such a moment represented.
That day the press attacked them at the morgue because they didn’t allow them to take photos of them and the families struggled for hours to get the coffins to be transported in something that didn’t resemble a garbage truck. In wasn’t until the afternoon that the hearses arrived in town. By then, the streets were crowded with their countrymen, many of them crying.
Finding others
The morning we met for this article, Saturday, August 16th 2014, almost a month after the burials, the families started the meeting with a prayer asking for strength for them and for those who suffer due to a relative disappearance. After keeping a minute of silence in memory of the dead, they started the exchange:
-I, as a grandmother, just want to thank you for bringing them back.
-It was 27 months walking without knowing where they were going to wind up.
- Blessed be Patricia for her calls, blessed be those who opened those graves, those who were brave enough to exhume them, blessed be the hands that dug them out, blessed be that group of Argentinian anthropologists who were so helpful toward us. They are angels sent by God. Blessed be Marcia (Martinez) from Cofamipro, lawyer Tirza (Flores Lanza), the lawyers who worked on this case. The Lord has made possible the miracle of them bringing back our children.
-We feel so strong to move forward that, when we listen to others who have been looking for their relatives for years, I feel we are being selfish.
-It is a victory to be here, the fact of having them. It is a victory to have them back.
They cried, they expressed their gratitude and then cried again. They wondered about the cruelty of the assassins. They passed by, almost tip toeing, next to the way they had been assassinated. They can only refer to that stabbing pain as “the martyrdom”.
Such pain could not be verbalized. Decapitation is a forbidden word.
They cursed both their own and Mexican governments and blessed those who aided them.
At the end of the meeting, they announced the creation of a new committee: COFAMICENH, Missing Immigrants from Central Honduras Relatives Committee. They presented the T-shirts design they had made and talked about the cases they had approached. They discussed the best way to protect themselves because in general, the “coyotes” who took their relatives to the slaughter house are free.
For them the fight was still on. They promised to help others 24 hours a day 7 days a week.
Doña Norma, Fabricio´s mother, the young man who was well identified, was among the attendees. In the afternoon at her home, she seemed more relaxed.
There in the cool living room from where she used to watch her son work (he used to repair all kinds of devices and fixed their house), she recalled that stubborn prayer she repeated over and over to God during her days in denial: “Lord, bring my son to me safe, in one piece, just like he was when he left this house”.
[caption id="attachment_1038" align="aligncenter" width="720"] .Norma, an unbreakable mother.[/caption]When, in a vision, she saw her son with no arms but in peace, she rejected such vision and said: “Father, I don’t want him this way, not like this”. Right after that she saw a big coffin at her door. Then she answered: “Oh, Lord, consummated is then, do not bring him back to me alive and safe. If your will is different, then bring him back to me that way. I don’t know how, but he will bring him back to me, send some angels, set the means to help us, we can´t do it by ourselves”.
That was her prayer in bed, in the kitchen, in the bathroom, on the street all the time. That was her prayer for 27 months during which she and her partners insisted to have their relatives back.
She got sick many times. She was close to have a thrombosis and prayed: “Lord, do not take me without letting me see my son again, whatever way you want me to”.
She didn’t eat, she didn’t sleep, she just cried.
Over a flowerpot next to her, she placed the picture of her recently buried Fabricio. She looked at it and with a smile on her face she said: “This is a miracle that only God could accomplish. We could have never done it by our own means: we are poor, repatriation is expensive. Where could we have gone to? Where could we have turned to? Just imagine: Who would have thought about that Argentinian forensic anthropologist team, that didn’t charge one cent, about that group from that foundation for justice (Foundation for Justice), about those volunteers from COFAMIPRO, about those psychologists assisting us and about all of us doing it together?”
Her condolences went out to so many of her countrymen who hadn’t been lucky enough to be buried at home as those eight men had and she mentioned one mother, who has been waiting for 20 years for the same miracle to happen to her.
Our interview went through tears and mined territories, which keep her and the rest of the mothers moving forward: the reason for the barbarism, the cruelty, the torture. Near the farewell she announced brightly the way they found to mend their hearts from such sadness: “Now we are going to that new stage in which we are going to help other people. Before we were anxious just wondering: when would our children be back but, how could we pay our debt any other way than helping others?”
Appendix: This year, on April the 30th, one of those Honduran women traveled to Mexico City, along with representatives from Central American organizations such as COFAMIPRO, Mexican associations like Foundation for Justice and the Argentinian team to have a meeting with Mexico General Attorney´s principal, Areli Gomez, who promised the creation of a transnational mechanism to allow access to justice for the families whose relatives are assassinated in Mexico; so no crime goes unpunished.Reproduction is authorized as long as the author, the text and the following are clearly quoted “This article is part of the project En el Camino, produced by red de Periodistas de a Pie with the support of Open Society Foundations. To find out more about this project visit: enelcamino.periodistasdeapie.org.mx”