Familias rotas, vidas vaciadas


noviembre 19, 2014

Salieron de sus pueblos y sus países en busca del sueño americano y encontraron un muro de Berlín.

Por: Daniela Pastrana

Familias rotas, vidas vaciadas

Broken families, drained lives

Salieron de sus pueblos y sus países en busca del sueño americano y encontraron un muro de Berlín.

Por: Daniela Pastrana, José Ignacio De Alba, Prometeo Lucero, Ximena Natera

Salieron de sus pueblos y sus países en busca del sueño americano y encontraron un muro de Berlín. Arriesgaron todo por sus familias y en el camino terminaron por perder lo que más les importa: hijos, esposas, madres. Son personas rotas, perdidas, ausentes, a las que las leyes migratorias de Estados Unidos, el peligroso cruce por México, y la pobreza de sus comunidades de origen los separan de sus seres queridos. 

Es delgada y pequeña. No rebasa el 1.60. La habitación en la que duerme –en el segundo piso del albergue para veteranos deportados que creó Héctor Barajas–, tiene una cama con un oso de peluche que ella misma confeccionó y una mesa para cuatro personas. La sonrisa que a veces asoma en su rostro nunca llega a sus ojos, oscuros y con marcadas ojeras. Se llama Yolanda Varona y tiene prohibido, de por vida, entrar a Estados Unidos, el país donde trabajó 16 años y donde viven sus dos hijos y tres nietos.

— Vives en un estado de nada, como loquita. Te sientes incompleta, no puedes estar en ningún lado y no sabes cómo será el día siguiente.

Es octubre en Tijuana. Durante tres meses, hemos recorrido albergues para migrantes de la Ruta del Pacífico, recolectando testimonios de familias separadas por las leyes migratorias, por la violencia y por la miseria. Son historias que se repiten, de hombres y mujeres que salieron de sus pueblos y sus países en busca del sueño americano y encontraron un muro de Berlín. Que arriesgaron todo por sus familias y en el camino terminaron por perderlas.

Ahora son personas rotas, perdidas, ausentes.

− Sin los hijos se siente uno vacío – nos dijo, apoltronado en un sillón del albergue de Irapuato, un salvadoreño que fue lanzado del tren en marcha y se quedó varado sin un brazo en Celaya, Guanajuato, cuando intentaba reencontrarse con su familia en Miami.

Peor si te los arrebatan. Más que vacía, quedas como vaciada.  Semiloca, dice Yolanda.

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Yolanda Varona en el Parque Binacional de la Amistad. Tijuana, México / Foto: Ximena Natera

I. Los que se quedan en el camino

La Casa del Migrante de Irapuato es una construcción de dos pisos que se ubica a un kilómetro de las vías, en una colonia de clase media. Los voluntarios del albergue, que se abrió en junio de 2010, batallan constantemente con la demanda de los vecinos de quitarlo.

Irapuato es una ciudad cruzada por las vías del tren. Los irapuatenses (unos 700 mil, según el último censo) han visto pasar a la gente en los trenes toda su vida, desde 1877 cuando empezó la construcción de la ruta hacia la frontera norte.

La migración en el Bajío es vista como natural, desde la época del Programa Bracero (1942-1964), la oleada de los años 80 y el éxodo tras la crisis de 1995.

Pero eso cambió en los últimos años, cuando aumentó el flujo de migrantes de Centroamérica por México y el cáncer de la violencia se extendió a todo el país. Ahora, junto a las vías corre una barda perimetral que separa a los migrantes de las casas y los vecinos miran con desconfianza el paso de centroamericanos por sus calles.

Celaya e Irapuato se convirtieron en el punto más peligroso del Bajío para los migrantes. Testimonios recogidos por Amnistía Internacional revelan que en la región hay bandas delictivas que “enganchan” a migrantes mediante el ofrecimiento de falsos albergues para pasar la noche, y que resultan ser lugares donde los extorsionan o los obligan a trabajar para ellos.

Un fenómeno paralelo es el cambio del perfil de los migrantes: cada vez viajan más familias completas, e incluso mujeres solas, o niñas y niños sin acompañantes.

Eso ha modificado las dinámicas de la Casa del Migrante en Irapuato, donde ahora necesitan siempre dotaciones de pañales o alimentos para niños.

“Empezamos a ver hace un par de años que llegaban más mujeres, incluso embarazadas, que tenían la idea equivocada de que si sus hijos nacían en Estados Unidos ellas no serían deportadas”, cuenta Guadalupe González, colaboradora del albergue.

Entre miles de historias que ha escuchado, González recuerda la de una muchacha que iba con un niño en brazos, lo subió al tren, pero ella ya no pudo subirse y su bebé se fue en el vagón. “Tardamos dos años en poder recuperarlo”, dice.

Bertha, la mujer de la cocina, cuenta que en mayo de 2014 llegaron 150 personas garífunas, un pueblo descendiente de esclavos africanos que habita en la costa atlántica de Honduras.

Muchos eran niños pequeños. El grupo viajaba a Estados Unidos, poco antes que el presidente Barack Obama hablara de la “crisis humanitaria” por los menores migrantes.

En ese albergue conocimos a Wilfredo Alfaro Junes, un electricista salvadoreño a quien la violencia de su país lo expulsó de sus tierras, la criminalidad de México le arrancó un brazo y las leyes estadunidenses le han arrebatado a su familia.

Da click en la imagen y conoce la historia de Wilfredo Alfaro Junes / Foto: Ximena Natera

* * *

Trum trum trum trum trum…

El tronido de las ruedas del tren se mezcla con el llanto de un bebé que vuelve loca a Delsy.

Ella, de 20 años, creyó la historia que le contaron en su pueblo, en Honduras, de que si decía que es menor de edad podrá cruzar por Tijuana a Estados Unidos. Así que dejó a Ángelo, su hijo de 15 meses, encargado con una cuñada y emprendió el viaje hacia el norte, para reunirse con el padre de su hijo. A su madre le avisó cuando ya estaba en Arriaga, Chiapas, dentro del territorio mexicano, donde se trepó a La Bestia.

Pero en el lomo del tren viaja otra mujer joven, con su bebé enfermo. Tiene fiebre. Llora. Llora. Llora. Delsy piensa en Ángelo, tan chiquito, tan lejos de ella.

— Fue lo peor del camino— cuenta después, cuando descansa en el albergue de Irapuato. Ha hecho una parada de descanso para decidir si sigue su plan inicial hasta Tijuana o intenta cruzar por Tamaulipas, la ruta más corta y peligrosa.

Dice que cuando le dijo al padre de su hijo que quería hacer el viaje para alcanzarlo, él no estuvo de acuerdo. “Esto no es un juego”, le dijo. Pero ella estaba decidida.

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Delsy en el albergue de Irapuato en Guanajuato, México / Foto: Ximena Natera.

— Aquí es la suerte, si no llevas suerte, no pasas. Miedo el tren no me da, lo que me da miedo es eso que dicen: que lo secuestran a uno. A él (el padre de Ángelo) lo han deportado dos veces y dos veces ha regresado. Para mí esta es la primera y última, no vuelvo a dejar a mi hijo solo.

Delsy tiene las mejillas redondas y ojos expresivos. Relata su historia sin inflexiones, como si se tratara del clima, pero llora cuando habla de su madre. En un momento de la charla, cuenta que, como ella, otra chica de su pueblo dejó a sus hijos encargados y se fue al norte. Pero no regresó por ellos.

— Yo no haría eso… nunca – dice, con voz baja, más como para sí. — Solo dos años, para ayudar a mi mami. Ella es enfermera, pero allá no hay trabajo. No hay nada.

 

II. Los expulsados

El calor de verano en Mexicali seca la boca y quema las plantas de los pies. En el Hotel Migrante, instalado a 50 metros de la garita de Calexico, los hombres suben a dormir a la azotea, porque los ventiladores no son suficientes para quitar el ahogo.

El Hotel es un galerón de dos pisos que en épocas de bonanza fue el Hotel Centenario y sobrevivió a la Revolución, pero no al neoliberalismo y para finales del siglo XX estaba abandonado. A principios de 2010 fue ocupado por migrantes deportados y activistas del colectivo Ángeles sin Fronteras, que encabeza Sergio Tamai, un luchador social que pasó de las protestas por tarifas excesivas de luz a la defensa de los derechos de migrantes. Los activistas llegaron a un acuerdo con los propietarios para pagar una renta mensual de 10 mil pesos y así nació el albergue, que atiende, en promedio, a unas 200 personas cada día.

En 2010, la patrulla fronteriza comenzó a enviar a Mexicali autobuses con deportados. “Llegaban decenas, todos los días, y estaban desorientados, muchos tenían años viviendo en Estados Unidos y de pronto estaban aquí, sin dinero y sin idea de dónde conseguir comida o alojamiento”, cuenta Tamai.

La administración de Barak Obama –condecorado con el Premio Nobel de la Paz en 2009— ha deportado a más de 2 millones de personas indocumentadas, la mayoría mexicanos. Es la mayor ola de repatriaciones en la historia de Estados Unidos, incluso mayor que las deportaciones masivas de la Gran Depresión o la “Operación Wetback” (Espaldas Mojadas) de los años 50.

Ricardo Rubio, experto en flujos migratorios del Colegio de la Frontera Norte, ha documentado el “crecimiento sin precedentes” en la expulsión de migrantes que tenían una vida hecha en ese país. Sus investigaciones muestran, además, que siete de cada 10 personas retornadas eran jefas de hogar y poco más de 85 por ciento tenía un empleo al momento de la detención.

Otros estudios, como los realizados por Letza Bojórquez, revelan una dolorosa fotografía de las personas que no nacieron en Estados Unidos, pero crecieron y trabajaron años en ese país: las afectaciones emocionales de las personas deportadas son 20 veces mayores que las que tienen quienes regresan voluntariamente. Algunas, incluso, han pensado en quitarse la vida.

En el Hotel Migrante, todos esperan. Algunos intentarán cruzar por el desierto apenas pase el verano. Otros harán antesala en la frontera hasta que se ablande la política migratoria de Estados Unidos, o hasta que sus familiares consigan que avancen sus propios procesos de regularización.

Esperan días. Meses. Años.

Pero todos, todos, tratarán de regresar al país que los expulsó.

— Allá está nuestra vida – nos dijo Griselda Mazariegos, una mujer de origen guatemalteco que llegó a vivir a Los Ángeles cuando tenía 7 años, y fue expulsada sin derecho a réplica 24 años después.

Limpiaba cines. El 27 de octubre de 2011, fue detenida cuando regresaba de trabajar por una infracción de tránsito: no funcionaba una de las luces de su carro. Una semana después, estaba fuera del país en el que estudió, trabajó, y en el que dejó a su madre enferma.

No se han vuelto a ver.

 Hotel Migrante / Video: Prometeo Lucero

* * *

En 2011, una mujer  a la que llamaremos Ana llegó a las oficinas del Instituto de la Mujer Migrante (IMUMI) en la Ciudad de México a pedir ayuda: la habían separado de su bebé de dos meses –nacido en Estados Unidos– cuando  fue detenida y deportada. Desde México, ella no pudo presentarse en el juicio ante el tribunal familiar del otro país, por lo que perdió sus derechos de paternidad y su hijo fue dado en adopción. Cuando IMUMI conoció el caso, ya habían pasado los tiempos legales para apelar la sentencia, el nombre del bebé había sido cambiado y la única opción que le quedaba a Ana era inscribirse en el registro de adopción estatal, por si su hijo quería buscarla cuando fuera mayor de edad.

Esta política cruel que separa a las madres indocumentadas de sus hijos nacidos en Estados Unidos –y que por lo tanto, son ciudadanos de ese país– no es nueva, aunque se potenció con la ola de deportaciones. Desde 1998, más de 660 mil estadunidenses menores de edad han sido afectados por las deportaciones de sus padres, según el estudio  Family unity, family health, elaborado por Human Impact Partners. Otro informe, del Applied Research Center, indica que entre 2010 y 2012, fueron repatriados 205 mil madres y padres de niños nacidos ahí.

Son sólo una parte de la historia. En Estados Unidos hay 5.5 millones de menores de edad que viven en familias con estatus mixtos de distintas nacionalidades; de ellos, 4.5 millones son ciudadanos estadunidenses.

Aunque no hay estadísticas disponibles que permitan saber con precisión el número de familias separadas, académicos y organizaciones civiles han documentado ampliamente los devastadores efectos emocionales y económicos en las familias separadas por la aplicación de la legislación y las políticas migratorias estadunidenses. Un fenómeno que además, creció como hierba: en 2007, dos de cada 10 personas deportadas dejaban a sus familiares en Estados Unidos; para 2012, la cifra aumentó a ocho de cada 10.

La mayoría de los deportados han sido detenidos por infracciones viales. Otros, por cometer algún delito, como dejar a sus hijos solos en su casa o llevarlo en el automóvil sin silla para bebé (lo que en Estados Unidos puede considerarse como intento de homicidio).

Cuando IMUMI –una organización civil fundada en 2010 que promueve los derechos de las mujeres en la migración– conoció la historia de Ana, comenzó a trabajar en un proyecto de Unidad Familiar con Women’s Refugee Commission y el Instituto Madre Assunta, que atiende a mujeres y niñas migrantes en Tijuana.

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Insatalaciones del Instituo Madre Assunta en Tijuana, México. / Foto: Ximena Natera.

Daniel Bribiescas, el joven abogado del Instituto que cada año presenta entre 48 y 52 solicitudes de reunificación –y ha conseguido sentencias positivas en 6 de cada 10 casos– explica el tortuoso y largo camino legal: “cuando se da la deportación de una mujer con hijos nacidos en Estados Unidos, el Estado se queda con los menores en custodia y la madre tiene 6 meses para iniciar un trámite de reunificación familiar. Pero nadie se lo dice, y lo que generalmente ocurre es que pierde mucho tiempo tratando de regresar por sus hijos, y en ese tiempo los dan en adopción”.

Los procesos duran al menos 14 meses y durante ese tiempo, las familias pueden tener reuniones quincenales, de dos horas, o semanales, de una hora. Se realizan en la garita de San Isidro, en un cuarto “donde pueden abrazarse, llorar, lo que sea”, en presencia de una trabajadora social.

— Es costoso. Para conseguir la reunificación, las madres necesitan tener vivienda y empleo, pero no cualquier vivienda, ni cualquier empleo. Debe ser una casa con una habitación específica para el hijo o hija devuelto y refrigerador lleno. Y comprobar un salario de mil 500 pesos semanales.

La experiencia de ayudar a familias separadas es aún limitada. Organizaciones como IMUMI o el Instituto Madre Assunta solo han podido hacerlo con mujeres mexicanas. Las madres centroamericanas tienen que hacer las gestiones en sus propios consulados, y es un proceso aún más complejo. Además, tienen una desventaja extra: no pueden permanecer en la frontera, como las mexicanas, que generalmente se quedan en Tijuana.

En esta esquina del país, muchas familias separadas por la doble barda fronteriza se encuentran cada fin de semana en el Parque Binacional de la Amistad, donde las Dreamer’s Moms –un colectivo de mujeres deportadas que pelea por el derecho de regresar con su familias– dejaron garabateado un mensaje que resume la demanda de muchas otras: “No más madres sin hijos, no más hijos sin madres”.

Esfuerzos por unificar a las familias, da click en la imagen y conoce la historia / Foto: Prometeo Lucero

 

* * *

Yolanda Varona emigró a Estados Unidos huyendo de la violencia familiar. Tenía 27 años. Se llevó a sus dos hijos, que todavía eran pequeños. En Estados Unidos, los niños estudiaron, mientras ella trabajaba como gerente de un restaurante. Iba casarse cuando fue deportada, en diciembre de 2010. Cruzó la línea para dejar a una persona y al regresar fue detenida porque tenía visa de turista pero pasó en una camioneta que ella compró, por lo que se dieron cuenta de que tenía mucho tiempo viviendo allá. Por las condiciones de su deportación, le negaron regresar a Estados Unidos de por vida.

Ahora dirige Dreamer’s Moms en Tijuana. Su hija, de 22 años, participa en el movimiento Dreamer’s dentro de Estados Unidos. Su hijo, de 27, ya es ciudadano americano.

Un día antes de nuestro encuentro en el albergue de veteranos, el joven la visitó para festejar su cumpleaños. Ella estuvo feliz, pero ahora que se fue siente un vacío más profundo.

— Es triste, frustrante saber que estás tan cerca. No cometí ningún crimen, lo único que hice fue trabajar y tratar de estar lo más legal que pudiera

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El último refugio para Yolanda. / Foto: Prometeo Lucero.

 


Se autoriza su reproducción siempre y cuando se cite claramente al autor y la siguiente frase: “Este trabajo forma parte del proyecto En el Camino, realizado por la Red de Periodistas de a Pie con el apoyo de Open Society Foundations. Conoce más del proyecto aquí: enelcamino.periodistasdeapie.org.mx”


 

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They left their towns and countries chasing the American dream and found a Berlin wall. They risked it all for their families and, on the road, they winded up losing what matters them the most: children, wives, mothers. These people are broken, lost, absent, kept apart from their loved ones by U.S.s´ immigration laws, the dangerous journey through Mexico and their homelands´ poverty.

Cover photo by: Ximena Natera

She is skinny and short, under 1.60m. In the room she sleeps in –on the second floor of the Deported Veterans´ Shelter created by Hector Barajas-, there is a bed with a teddy bear she made on it and a four people table. She smiles sometimes, but her dark, baggy eyes never do. Her name is Yolanda Varona and she has been banned for life from the U.S., the country where she worked for 16 years and where her two children and three grandchildren still live in.

-You live in emptiness, as though you are crazy. You feel incomplete. You can’t be anywhere and you don’t know how the next day will be.

It is October in Tijuana. We have been visiting immigrants´ shelters over the Pacific Route for three months, gathering stories from families that have been torn apart by immigration laws, violence and misery. Those stories keep repeating over and over, men and women who left their towns and countries chasing the American dream and found a Berlin wall, who risked it all for their families and, on the road, they winded up losing them.

Now they are broken, lost, absent.

-Without your children you feel empty- a Salvadoran man, sitting on a couch in the Irapuato shelter, told us. He was thrown off the moving train on his way to reunite with his family in Miami, he ended up stranded in Celaya, Guanajuato with only one arm left.

It is even worse if your children are taken from you. Rather than empty you feel drained. “Semi-crazy”, accordingto Yolanda.

[caption id="attachment_855" align="aligncenter" width="720"]01 Yolanda Varona at the Parque Binacional de la Amistad, Tijuana, Mexico/ Photo by: Ximena Natera[/caption]

The ones stuck on the road

Irapuato´s Casa del Migrante is a two story building, located 1Km away from the train tracks in a medium-class neighborhood. The volunteers at the shelter, open since June2010, struggle constantly with the neighbors´ demands about closing the shelter down.

The train tracks go straight through Irapuato. Irapuatenses (around 700,000 according to the latest census) have witnessed people passing by on the train their entire life, ever since 1877, when the route to the north construction started.

Immigration is seen as something natural in Mexico´s Bajio (lowland), starting from the Programa Bracero (1942-1964), then again during the big 80´s wave and later the exodus product of the 1995 crisis.

That has changed during the last years, when the immigrant flow from Central America and the violence spread all over Mexico. Now, next to the tracks there is a fence to separate immigrants from the residential areas where neighbors look out distrustfully as immigrants walk on the streets.

Celaya and Irapuato have become the most dangerous spots in Mexico´s Bajio for immigrants. Testimonies gathered by International Amnesty reveal the existence of criminal gangs that “hook” immigrants by offering them to spend the night in fake shelters that turn out to be places where immigrants are blackmailed and forced to work for criminal gangs.

Another phenomena is the change on the immigrant´s profile: every time more often, complete families or even woman, girls and boys travel unaccompanied.

This has modified Irapuato´s Casa del Migrante´s strategy, where nowadays diapers and baby food is needed more than ever before.

“A few years back we started to notice more and more women would arrive, some of them were pregnant, under the wrong impression that, if their babies were born in the U.S., they wouldn’t be deported”, says Guadalupe Gonzales, a collaborator at the shelter.

From the thousands of stories she has heard, Gonzales remembers one. The story of a girl traveling with a baby in her arms, she managed to put her baby on the train but she couldn’t get on it and, the train and her baby, went away. “It took us two years to bring the baby back to his mother”, she says.

Bertha, the woman in the kitchen, tells us about the 150 Garifuna people, African slaves´ descendants from Honduras´ Atlantic shore, who arrived in 2014.

Many of them were little kids. The group was traveling to the U.S., just before President Barack Obama discussed the “humanitarian crisis” regarding underage immigrants.

At that shelter we met Wilfredo Alfaro Junes, a Salvadoran electrician, expelled from his country by the violence. Mexican crime mangled an arm from him and American laws took away his family.

[caption id="attachment_857" align="aligncenter" width="720"]
Click on the image to read about Wilfredo Alfaro Junes´ story / Photo by: Ximena Natera[/caption] * * *

Trum trum trum trum trum…

The train wheels mixes with the cries of a baby which is making Delsy go crazy.

She is 20 years old. She believed the story she was told back in her town, in Honduras. “If you say you are underage, you are allowed to cross to the U.S. from Tijuana”. She decided to leave Angelo, her 15 month old son, under the care of her sister in-law and started the journey to the north to reunite with her baby´s father. She let her mother know about the journey once she had arrived in Arriaga, Chiapas, Mexico. There she got on La Bestia (The Beast).

On the train, there is another woman and her baby is sick. He has a fever. The baby cries endlessly. Dalsy thinks about Angelo, so small, so far away from her.

-It was the worst part of the entire road- she admits later, as she rests at the Irapuato´s shelter. She has taken a break in order to rest and decide whether she sticks to her original plan and continues to Tijuana or, she attempts to cross through Tamaulipas, the shorter but most dangerous route.

According to her, when she told her baby´s father about making the journey to catch up with him, he didn’t agree. “This is not a game”, he said, however, she had made up her mind.

[caption id="attachment_856" align="aligncenter" width="720"]02 Delsy at the Irapuato, Guanajuato, shelter / Photo by: Ximena Natera[/caption]  

-This is a coin toss, if you are out of luck, you won’t pass. I am not afraid of the train, what scares me are the stories people tell: about being kidnapped. He (Angelo´s father) has been deported twice and both times he has gone back. This is my first and last time, I am not leaving my son alone ever again.

Delsy has a rounded face and expressive eyes. She tells her story without showing any emotion, as though she was talking about the weather, but she cries when she talks about her mother. As our talk goes on, she tells the story about a girl from her hometown, who left her children under someone else´s care and went to the north. However, that girl never came back for her children.

-I would never do that- she says, more quietly, maybe talking to herself. –Two years and that is it, enough to help my mom. She is a nurse, but back in my country, there are no jobs. There is nothing back there.

The expelled

Summer´s heath in Mexicali dries one´s mouth and burns the bottom of your feet. In the Hotel Migrante, 50mts away from Calexico´s look-out post, men go to sleep on the roof because fans are not enough to deal with the suffocation.

The hotel is a two story building which, during a better time, was the Hotel Centenario and survived Mexican Revolution; but it didn’t survive neoliberalism and by the end of the 20th century, it had been abandoned. At the beginning of 2010 it was occupied by deported immigrants and activists from Angeles sin Fronteras (Angels without Borders), directed by Sergio Tamai, a social activist who went from protesting over high light bills to fighting for immigrants´ rights. The activists reached an agreement with the owners to pay a $10,000 pesos monthly rent and that was how this shelter, where an average of 200 people get assistance daily, was born.

In 2010, the border patrol started sending buses full of deported immigrants to Mexicali. “Tens would arrive every day, disoriented. Many of them had been living in the U.S. for years and, all of a sudden, here they were, with no money and no clue about where could they get food or shelter”, according to Tamai.

Barack Obama´s administration –awarded with 2009 Peace Nobel Price- has deported over 2 million illegal immigrants, most of them Mexicans. It has been the biggest repatriation wave in the history of the U.S., even bigger than the massive repatriations from the Great Depression and the “Operation Wetback” in the 50´s.

Ricardo Rubio, an expert in Immigration flow from the Colegio de la Frontera Norte,has documented the “unprecedented growth” in the deportation of immigrants who had their whole lives back in the U.S. His work also shows that 7 of out 10 deported immigrants were heads of their families and over 85% of them had a job at the moment of the deportation.

Other studies, such as the ones conducted by Letza Bojorquez, reveal the hurtful picture of the people who weren’t born in the U.S. but grew up and worked for years in that country: emotional harm among deported people is about 20 times harder than the one suffered by those who go back to their countries willingly. Some of them have even though about taking their own lives.

Everybody is waiting at the Hotel Migrante. Some of them will attempt to cross the desert as soon as summer is over. Others will wait until U.S.s´ immigration policy is more favorable or, until their relatives on the other side improve their own regularization status.

They will wait for days, months or years.

All of them will try to go back to the country that expelled them.

-Our lives are over there- says Griselda Mazariegos, a Guatemalan woman who arrived in Los Angeles when she was seven and was deported without a right to object 24 years later.

She was a janitor at a movie theater. On October the 27th, 2011, on her way back from work, she was arrested due to a traffic violation: one of her car tail lights didn’t work. A week later she was out of the country where she had studied and worked, the country where her sick mother was.

They haven’t met again.

                                                                                                                     Hotel Migrante / Video by: Prometeo Lucero

* * *

In 2011, a woman, hereinafter called Ana, arrived in the IMUMI (Immigrant Women Institute) offices in Mexico City asking for help: she had been separated from her 2 months old baby –born in the U.S. - when she was arrested and deported. From Mexico, she hadn’t been able to attend the trial at the family court back in the U.S. so she lost her paternity rights  and her baby was put up for adoption. By the time IMUMI found out about the case, the time frame to appeal the sentence had passed, the baby´s name had been changed and Ana´s only option was to register in the State´s database, in case her baby wanted to find her, once her baby was an adult.

This cruel politic that separates illegal immigrant mothers from their babies, who were born in the U.S. –hence making them American citizens- may have escalated along with the deportation wave but it is not new. Since 1998, over 660,000 underage American citizens have been affected by their parents’ deportation, according to the study Family unity, family health, conducted by Human Impact Partners. Another report, from Applied Research Center, indicates that between 2010 and 2012; 205,000 mothers and fathers of children born in the U .S. were repatriated.

They are just the tip of the iceberg. In the U.S. there are 5.5 million underage people who live in families with mixed immigration statuses from different nationalities, from them 4.5 million are American citizens.

Although there are no available statistics that allow us to know the exact number of families that have been separated, academics and civil organizations have documented widely the devastating emotional and economic effects suffered by the families separated by the application of U.S.´s immigration policies. A phenomena that escalated exponentially: in 2007, 2 out of 10 deported people left their families back in the U.S., by the end of 2012, that number had gone up to 8 out of 10.

Most of the deported immigrants have been arrested due to traffic violations. Others, due to felonies such as, leaving their children alone at home or having a child in a car without a baby seat (which, in the U.S., may be considered as an attempt of murder).

When IMUMI –an organization that promotes the immigrant women rights, funded in 2010- found out about Ana´s story, it started working on the project Unidad Familiar along with Women’s Refugee Commission and Madre Assunta Institute, which aids immigrant women and girls in Tijuana.

[caption id="attachment_866" align="aligncenter" width="720"]06 Madre Assunta Institute´s facilities Tijuana, Mexico / Photo by: Ximane Natera.[/caption]

Daniel Bribiescas, IMUMI´s lawyer, files between 48 and 52 reunification requests –he has achieved 6 positive sentences out of every 10-. He explains the long and hard legal road: “Whenever a woman, whose children were born in the U.S., is deported, the state gets the minors´ custody and the mother has 6 months to start a family reunification case. However, nobody tells that to the mother and generally mothers waste a lot of time trying to go back to their children and, during that time, their children are put up for adoption”.

These processes last, at least, 14 months and during that time families may have one hour meetings every other week. Those meetings are held in the San Isidro look-out post, in a room where they can hug, cry or whatever they want in the presence of a social worker.

-It is expensive. In order to get a reunification, mothers have to have a place to live and a job, but not any place or any job. It has to be a house with a specific room for the children and a full refrigerator. They also have to prove a $1,500 pesos weekly salary.

Their experience assisting separated families is still limited. Organizations such as IMUMI and Madre Assunta Institute have only been able to aid Mexican women. Mothers from Central America have to file their cases in their own countries´ consulates and it is an even more complicated process. On top of that, they face another disadvantage: they cannot stay at the border, Mexican mothers generally stay at Tijuana.

In this corner of the country many families, separated by the double border wall, meet every weekend at the Parque Binacional de la Amistad. At this park, Dreamer´s Moms –a group of women who promote an immigration reform that would allow them to go back to their children- doodled a message that summarizes the demands of many other women: “No more mothers without their children, no more children without their mothers”.

[caption id="attachment_858" align="alignnone" width="720"]
Dreamer´s Moms’ efforts to reunify families, click on the image to read the story / Photo by: Prometeo Lucero[/caption]

* * *

Yolanda Varona emigrated to the U.S. running away from family violence. She was 27. She took her two children with her, they were still very young. In the U.S. her kids studied while she worked as a restaurant manager. She was about to get married when she was deported, in 2010. She crossed the border to drop a friend on the other side and. On her way back, she was halted because she had a tourist´s visa although she was driving a van she had bought, so they knew she had been living in the U.S. for a long time. Due to the conditions under which she was deported, she was banned for life from coming back to the U.S.

Now she directs Dreamer´s Moms in Tijuana, a group of deported women who fights for their right to go back to the country where they left their families. Her 22 year old daughter is part of the Dreamer´s movement from the U.S.´s side. Her 27 year old son has become an American citizen.

The day before our meeting at the veteran´s shelter, her son visited her to celebrate her birthday. She was happy then, but now that he is gone, she feels an even deeper emptiness.

-It is sad and frustrating to know you are so close. I didn’t commit any crime, I only worked and tried to be as legal as possible.

[caption id="attachment_865" align="aligncenter" width="720"]05 Yolanda´s last refuge / Photo by: Prometeo Lucero.[/caption]

Daniela Pastrana

Periodista desde hace 21 años, actualmente es corresponsal de la agencia Inter Press Service. Sus crónicas retratan a las personas más desprotegidas y los movimientos sociales. Desde 2010 es Directora Ejecutiva de la Red de Periodistas de a Pie.


José Ignacio De Alba

Trotamundos, caminante y cronista 24/7.


Prometeo Lucero

Prometeo Lucero

Fotoperiodista freelance enfocado en temas de derechos humanos, migración y medio ambiente. Ha colaborado con La Jornada, grupo Expansión, Proceso, Desacatos, Biodiversidad Sustento y Culturas, Letras Libres, Variopinto, agencias Latitudes Press, Zuma Press, AP y Reuters, entre otros. Sus fotos aparecen en los libros 72migrantes (Almadía, 2011), Secretaría de Educación Pública (2010); Altares y Ofrendas en México (2010); Cartografías Disidentes (Aecid, 2008). Ha publicado los libros "Dignas: Voces de defensoras de derechos humanos" (2012) y "Acompañando la Esperanza" (2013). Finalista en los concurso"Rostros de la Discriminación" (México, 2012) “Los Trabajos y los Días” (Colombia, 2013) y “Hasselblad Masters” (2014).


Ximena Natera

Soy aspirante a la buena imagen, a la buena crónica, a la buena historia, soy aspirante al buen periodismo. Las historias de horror, miedo e injusticia que vimos y escuchamos a lo largo del camino me dejaron un hoyo en el estómago, la única manera que encuentro para cerrarlo es compartir estas mismas historias una y otra vez, con la esperanza de que la indignación se propague y, como dice el periodista Oscar Martínez, contribuya a iluminar poco a poco las esquinas oscuras.