Las oficinas de migración ubicadas fuera del centro son conocidas como Las Vegas, para distinguirlas de las instalaciones en la Calle 5 de Febrero. La serpiente de personas que recorre de la carretera Antiguo Aeropuerto avanza lenta. Adentro, la sala de espera se llena y vacía a ritmo constante. Cinco horas al día, cinco días a la semana, miles de vidas se rozan sin tocarse, pasan sin dejar ni una huella.
Las Vegas en realidad no existe, es un espacio que se podría definir un no-lugar, retomando el concepto del antropólogo francés Marc Augé que con esta expresión se refería a sitios provisionales, anónimos, a veces alienantes y normalmente destinados al tránsito. En las ciudades fronterizas como Tapachula abundan los no-lugares. Además de las oficinas de migración están las centrales camioneras, las vías del tren conocido como La Bestia y algunos hoteles y departamentos a veces arrendados por familias enteras, que ya no caben en los saturados albergues para migrantes.
Uno de estos sitios es un antiguo hotel en el centro de la ciudad, que hace unos quince años se transformó en vecindad de migrantes. A lo largo del tiempo, ha dejado su estatus de no-lugar para volverse punto de referencia para muchos irregulares —sobre todo mujeres— que por varias razones han decidido no continuar su viaje “pa’l norte” y establecerse en esta ciudad fronteriza.