Caravana de madres. Día 4 / Preparase para desaparecer


diciembre 4, 2015

Por Ximena Natera Coatzacoalcos, Veracruz (3 de diciembre de 2015).- José Luis Pérez, director del Instituto Forense de Investigación Latinoamericano, un centro de estudios universitarios, aconseja a nueve atentas personas promover en sus países de origen que los migrantes dejen a sus familiares […]

Por: Ximena Natera

Caravana de madres. Día 4 / Preparase para desaparecer

Por Ximena Natera Coatzacoalcos, Veracruz (3 de diciembre de 2015).- José Luis Pérez, director del Instituto Forense de Investigación Latinoamericano, un centro de estudios universitarios, aconseja a nueve atentas personas promover en sus países de origen que los migrantes dejen a sus familiares […]

Por: Ximena Natera

Por Ximena Natera

Coatzacoalcos, Veracruz (3 de diciembre de 2015).- José Luis Pérez, director del Instituto Forense de Investigación Latinoamericano, un centro de estudios universitarios, aconseja a nueve atentas personas promover en sus países de origen que los migrantes dejen a sus familiares fotos de sus huellas dactilares. 

“Hoy en día todos tenemos acceso a un celular con cámara y las fotografías de las 10 huellas pueden ser la diferencia entre ser entregados a sus familiares o desaparecer”, dice el forense.

Es el cuarto día de viaje de la caravana de madres centroamericanas que buscan a sus hijos desaparecidos en México. Mientras el resto del grupo se divide para una visita a la cárcel de la cuidad y un albergue cerca de las vías, un pequeño grupo — ocho madres y un padre– asiste a una junta en el Instituto Forense, donde escuchan una propuesta que parece broma de mal gusto: las familias deben tomar las huellas de los migrantes antes de que salgan rumbo a México, para que sea más fácil identificar sus cuerpos si no sobreviven. 

Las huellas dactilares de una persona, explica el investigador, comienzan a formarse en el tercer mes de gestación y a partir del sexto mes, cuando los patrones maduran por completo, cargamos en nuestros dedos la información suficiente para distinguir a un individuo del otro. Cada huella es única.

El “palpeo de huellas”, es decir, la recolección y comparación de los patrones, es también la forma más sencilla y barata de identificar el cuerpo de una persona que murió en circunstancias de anonimato.

Bastan 80 pesos, menos de 6 dólares, y un banco de datos de huellas con qué comparar la muestra.

Entre los padres está Iris Sánchez, una mujer hondureña, pequeña y de cara redonda, cuyo hijo José murió ahogado en esta ciudad hace casi siete años. Al menos, eso le aseguró el ministerio público a la madre, aunque la única prueba que le entregó de ello fuese una fotografía, publicada en el Diario del Itsmo, del cadáver hinchado de un joven con cabello, oscuro, corto y piel amarillenta.

“Era migrante, por eso no le sacamos huellas”, le dijo el agente ministerial, Luis Reyes Barraza, cuando le entregó el expediente.

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José Rivera, Chepito, desapareció en Coatzacoalcos un mes después de dejar Honduras, en octubre de 2008. Sus acompañantes, dos primos, se habían adelantado en el camino y el decidió quedarse porque no sabía si seguir adelante o regresar a casa. El único dato que tiene su madre, Iris Sánchez, es que un hombre llamado Manriques Santiago, le dió trabajo y techo en un supuesto albergue.

– Mi niño estaba entusiasmado con la idea de darme algo más, de que yo dejara de trabajar, no pude convencerlo de no ir– dice la mujer.

Chepito era nervioso, inseguro. La idea de dejar sola a su madre le aterraba, durante la primera semana le habló casi todos los días. La última vez que le llamó, le pidió dinero para pagar una comida. No pedía mucho: 60 dólares. Iris tardó tres días en juntarlo, pero su hijo ya no llamó. En el albergue nunca volvieron a contestar.

–Conozco a mi niño, el silencio estaba mal– cuenta la madre, con un temblor en la mandíbula.

Tres meses después, en enero de 2009, un familiar político de Iris le habló para decirle que en el periódico local había una foto de un joven ahogado se parecía a José. “Tu hijo está muerto”, le dijo, sin más explicaciones.

Iris tardó 10 meses en conseguir una visa que le permitiera viajar a Mexico para reconocer el cuerpo de su hijo. Necesitaba un acta de defunción para viajar, pero, paradójicamente, para obtenerla requería identificar el cuerpo. Una funcionaria del consulado de Honduras en México le dijo que se resignara a recibir el traslado del cuerpo, porque la batalla que le esperaría en México estaba perdida. Iris no aceptó.

En México, Luis Reyes Barraza, el agente del MP, recibió a Iris con un expediente que incluía fotografías de un joven, moreno y de piel oscura, pero presentaba señales de haber sido mutilado en el rostro y torso, diferente a las fotografías del periódico, que ella había visto por internet. Cuando Iris exigió pruebas que dejaran claro la relación entre ella y el cuerpo, el funcionario replicó : “el ADN solo aparece en las novelas”

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“El ADN debería de ser el últmo recurso, cuando hay una duda enorme de la identidad, o no queda nada”, dice José Luis Pérez, quien ofrece los servicios de la institución para crear una base de datos regional que permita trabajar en la identificación de migrantes centroamericanos. 

El caso de Iris podría ser la primera colaboración del Instituto Forense con familiares de migrantes desaparecidos en el estado. El investigador le ofrece ayuda para la exhumación de su hijo, aunque antes tiene que pasar la traba del ministerio público, pues los agentes argumentan que ya hicieron el trabajo de identificación.

Sin embargo, dice la madre, las autoridades omitieron el protocolo oficial del palpeo de huellas, se rehusaron a hacer una exhumación y han puesto trabas para colaborar con organizaciones de la sociedad civil.

Chepito cumpliría 28 años el próximo 24 de diciembre. Y aunque para Iris, una nueva oportunidad para saber si en verdad es de su hijo el cuerpo enterrado se abre ahora en el Instituto Forense, el miedo a este nuevo proceso la deshace.

– Yo no puedo pensar que él está muerto, porque no tengo pruebas. Pero pensar que está vivo, sólo, asustado, me vuelve loca – dice.



Ximena Natera

Soy aspirante a la buena imagen, a la buena crónica, a la buena historia, soy aspirante al buen periodismo. Las historias de horror, miedo e injusticia que vimos y escuchamos a lo largo del camino me dejaron un hoyo en el estómago, la única manera que encuentro para cerrarlo es compartir estas mismas historias una y otra vez, con la esperanza de que la indignación se propague y, como dice el periodista Oscar Martínez, contribuya a iluminar poco a poco las esquinas oscuras.