1. UN ÉXITO AGRIDULCE
Ésta es una historia distinta. La migración de venezolanos se asocia a la crisis en su país, la necesidad de sobrevivir como sea. Pero hay casos como el de Edmundo, quien encontró en Querétaro el éxito que Venezuela pretendía arrebatarle. ¿Es feliz? No del todo. Prosperar no es sólo dinero: debería incluir deshacerse de la nostalgia
Texto: Victor Pernalete
Video: Mónica González
QUERÉTARO, QRO.- En la calle Río de la Loza, en el Centro Histórico, se esconden, como si no quisieran ser encontradas, dos joyas que sintetizan el espíritu colonial de sus calles forradas de adoquines y el afán modernista de sus nuevos habitantes: En el domicilio número 6, la arquitectura del Hotel Criol ofrece uno de los alojamientos más recomendados de la ciudad. Y a un lado, en el 8, una pequeña placita luce un ventanal a través del cual se aprecia un hipnótico concierto de colores. Se trata de El Ring Cereal Bar.
Al entrar a la placita, un modesto mural sobre la pared recibe a los visitantes. En el extremo inferior, escondidas como si fueran tímidas, conviven dos banderas: la de México y la de Venezuela. El concepto fue creado por Edmundo Hernández, un migrante venezolano que desde 2017 llegó a Querétaro e invirtió sus ahorros en un negocio que hoy, a poco menos de un año de haber abierto sus puertas, sorprendió a todos por su innovación.
El 16 de julio de 2017, en la misma plaza, más de mil venezolanos que viven en Querétaro y en otras ciudades de la región, como León, votaron en la consulta que la Asamblea Nacional de Venezuela convocó para opinar por el proyecto Constituyente del presidente Nicolás Maduro, el cual fue finalmente aprobado. La mayoría de ellos rechazó un proyecto que pretendía, de manera autoritaria, relevar de su función a la Asamblea opositora y crear una nueva, a imagen y semejante del gobierno madurista, cuya función sería crear una nueva Constitución. Precisamente el tipo de política que ha obligado a millones de venezolanos a renunciar a sus vidas.
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El Ring Cereal Bar es un local en el que puedes elegir entre un centenar de cereales de todas partes del mundo, y combinarlos con tantos ingredientes desees para crear la última experiencia frente a un platón de cereal. El sueño que todo niño tuvo cuando expresar su creatividad e inventiva incluía mezclar distintos cereales y coronarlos con una bola de helado. Todo eso que tu mamá jamás te hubiera permitido. Edmundo, simplemente, hizo el sueño realidad.
Ed, como le dicen sus amigos, llegó de Venezuela cuando se dio cuenta que la educación de su hijo ya no era competitiva. Caraqueño de nacimiento y por convicción, quería que su hijo se graduara en la misma tradicional escuela en la que él estudió. Venezuela es un país deprimido en el que sobrevivir es la regla y en donde las instituciones que nos forjaron se deshacen entre los dedos.
Cuando la posibilidad de ofrecerle a su hijo las llaves de una vida mejor a través de la educación se desvaneció, y en medio de las protestas de la Rebelión de Abril, Ed decidió viajar a Querétaro, donde una hermana suya creó un hogar tras llegar a México varios años antes. Así, dejó atrás una exitosa carrera en el mundo de la publicidad como directivo de J. Walter Thompson, un país en llamas, pero sobre todo, a sus amigos.
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Venezuela solía ser tierra fértil para las empresas mexicanas. La expansión de la economía mexicana motivada por el liberalismo económico de finales de los 80´s y de los años 90´s llevó a cientos de empresas mexicanas a explotar el mercado venezolano, por aquellos entonces más desarrollado y maduro que el local. Fue así como corporativos del tamaño de Cemex, Metalsa y Gruma hicieron vida en Venezuela hasta que la crisis se las comió.
Otras menos afortunadas siguen operando bajo esquemas muy poco halagadores. Coca Cola Femsa registró una caída de más del 200 por ciento en su utilidad neta durante 2017, y señaló al cambio en la metodología de las operaciones que desarrolla en Venezuela como el principal responsable. La embotelladora, que en México es una monstruo comercial que domina el mercado refresquero y el de las tiendas de conveniencias con sus Oxxos, opera a regañadientes en Venezuela por la imposibilidad de retirarse del mercado, como lo han cientos de trasnacionales, al no poder siquiera fijar el precio de sus activos por culpa del control cambiario.
En 2016, Alejandro Ramírez Magaña, titular del Consejo Mexicano de Negocios (CMN), aseguró que Venezuela era, de los 80 países donde existían entonces inversiones mexicanas, el más hostil de todos. En aquél entonces la inflación era de alrededor del 700 por ciento. ¿Habrá un adjetivo más profundo para describir lo que significa invertir hoy en día en Venezuela, cuando la Asamblea Nacional opositora espera una inflación mayor al 10 mil por ciento durante 2018?
Ante un escenario como este, de Venezuela no solo escapan las personas, también los capitales. Emprendimientos que pudieron y debieron ver la luz en Venezuela aparecen regados por el mundo. Encontrar restaurantes de comida venezolana se vuelve regular en ciudades latinoamericanas que cada vez tienen más paisanos como residentes. Ed cambió su exitosa mueblería de antigüedades caraqueñas por un bar de cereales en Querétaro que a menos de un año de abrir sus puertas, ya prepara una nueva sucursal al norte de la ciudad y tiene planes de expandirse a las zonas más trendy de la Ciudad de México.
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Emprender y migrar son experiencias que se encuentran. Dejar la comodidad y la certidumbre que otorga el tener un trabajo tradicional con un salario regular es un sentimiento tan vacío como el abandonar los cimientos culturales y familiares de tu lugar de origen para lanzarte a la aventura en un nuevo lugar. A Ed le tocó vivir ambas cuando, mientras apenas se hacía a la idea de vivir en una nueva ciudad, decidió invertir en un concepto que ya había visto triunfar en Londres: un bar de cereales.
Ed realizó un estudio de mercado y se percató que en todo México, no había un concepto similar. Así que con la confianza del que sabe, no temió en publicitar su bar de cereales como el primero de todo México. Esto llamó la atención de diversas publicaciones e influencers locales, quienes se acercaron al lugar y comenzaron a darle difusión. Pero el golpe total lo dio cuando un equipo de producción de BuzzFeed México lo visitó y realizó un pequeño video de menos de un minuto. Más de 4 millones 700 mil personas lo han visto en Facebook, y desde entonces, no hay tazones que alcancen para el éxito que el bar de cereales ha tenido en Querétaro, en donde incluso ya surgieron propuestas similares que pretenden copiar la fórmula, sin mucho éxito.
Pero aún el mayor de los éxitos sabe a poco cuando no se tiene con quien compartirlos. Ed tiene una linda familia que vive tranquila y feliz en México. Sin embargo, la nostalgia lo suele invadir cuando recuerda los domingos caraqueños en compañía de sus amigos o la época dorada del Teresa Carreño cuando era guía turístico de uno de los teatros más importantes de América Latina. Para él, el éxito sabe agridulce y se saborea en la pantalla de un smartphone chateando por WhatsApp con quienes dejó atrás.
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Hace apenas dos años, Javier Brandoli firmó en las páginas de El Mundo un artículo al que llamó “El milagro económico de Querétaro”, en el que hace gala de las características del pequeño estado del centro de México para recibir inversiones, sobre todo aeronáuticas y automotrices, dos sectores que crecen como la espuma y en los que Querétaro es ya punta de lanza a nivel de manufactura de alta calidad.
El estudio Mexican States of the Future 2016/17 de la revista FDI Intelligence puso a Querétaro en el tercer lugar de los estados del futuro de México, solo después de la Ciudad de México y Nuevo León, dos gigantes históricos de la economía mexicana.
Para el estudio Perspectivas de la Alta Dirección en México 2017, elaborado por la consultora KPMG y replicado por la revista Forbes, los empresarios en México prefieren invertir en Querétaro que en ningún otro lugar del país. A finales de 2017, Querétaro creó 45 mil nuevos empleos, la cifra más alta en la historia del estado en un solo año.
Querétaro es, pues, un lugar idílico en un país consumido por la violencia y la desigualdad social. Un lugar en el que se puede creer que es posible. En donde el trabajo y las buenas ideas todavía tienen espacio para crecer. En el que poner un negocio es una apuesta inteligente. Querétaro es un lugar en el que se puede tener una vida digna. Una vida que en otros lugares ya se olvidó.
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En una de sus visitas a su hermana, Ed fue a la Arena México. Quería estar en contacto con la cultura mexicana y acudir a las luchas es, sin duda, una de las mejores maneras. Nada grita más México que el colorido espectáculo que ofrecen dos mastodontes enmascarados, bajo la identidad de pomposos sobrenombres, haciendo piruetas en un cuadrilatero y jugando a que se hacen daño.
La lucha libre es única en el mundo porque es honesta en su ficción. No tiene aires de grandilocuencia. Los cuerpos sudados e inflamados no esconden la panza sino que la presumen, con orgullo. En las gradas, los asistentes se despechan sin rubor y se conectan con el artificio, al que musicalizan con sus gritos. Al final, la lucha libre es la viva expresión de una mexicanidad recalcitrante, en la que conviven los ribetes más floridos de una riquísima cultura con la oscura obsesión machista de presumir valía “chingándose” al otro.
Por supuesto, Ed se quedó con los detalles hermosos. Como un observador externo, se dio cuenta que los mexicanos tienen sus propios códigos para encontrarse con los suyos, y tienen para ello sus propias fiestas. Fue así que conceptualizó a la lucha libre como el espacio de encuentro generacional entre las familias mexicanas, y por ello decidió llevarlo a su restaurante de cereales.
Fue así como nació El Ring Cereal Bar como marca, y sus tres personajes, un niño, una niña y un perrito, todos ataviados como luchadores. Ed quería que los más viejos sintieran la nostalgia de un buen cereal por la mañana, y que al mismo tiempo los más pequeños se sintieran atraídos por un concepto que en estricto sentido pudiera parecer un tanto aburrido. No lo es. Parece mentira pero hay pocas experiencias tan satisfactorias como combinar arroz inflado de chocolate con hojuelas saborizadas con frutas, en un gran tazón lleno de leche helada de colores y una gran nube de algodón de azúcar decorando el armado. A la mayoría se nos había olvidado.
Ahora Ed se encarga de recordarlo durante toda la semana. Con una intensa presencia en redes sociales, todos los días son de fiesta en el ring, y más cuando Ed deja cualquier tipo de corrección colgada en el armario y se pone su ya tradicional máscara azul. A los adultos les complace y los niños, simplemente, lo adoran.
Ed ha sido invitado a varios foros, tanto académicos como puramente empresariales, para hablar de su emprendimiento. Su instantáneo éxito y su capacidad de sintetizar la cultura mexicana en un concepto tan accesible son los principales cuestionamientos que le presentan, sobre todo aquellos que sueñan con tener una idea tan productiva para emprender su propio negocio. En estos espacios, Ed comparte de manera generosa sus experiencias. Lo que es difícil que pueda compartir es la virtud de ser venezolano en tiempos desesperados.
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Es un fin de semana que parece como cualquier otro. El Ring Cereal Bar está a reventar, como se ha hecho costumbre. Pero Ed está un poco ausente. No se ha puesto la máscara. Una amiga suya murió en Venezuela. Como miles de venezolanos no se pudo procurar las condiciones sanitarias necesarias como paciente trasplantada de riñón.
¿Qué ha sido lo más difícil de emprender El Ring Cereal Bar? Le pregunto. Para Ed, es estar lejos de sus amigos. Es haberlos dejado atrás en un país que se los dio todo y que ya no les ofrece más nada. Es sentir la culpa de haber tirado la toalla. Es la sensación de haberse rendido con Venezuela.
Ed salió con sus amigos a protestar a principios de abril, cuando el objetivo era llegar a la sede de la Defensoría del Pueblo, que presidía entonces Tarek William Saab. Por la libertad y por la democracia, afirma. Enfrentaron los gases lacrimógenos y las balas de goma de los cuerpos de seguridad mientras, desde un edificio de la Misión Vivienda, también fueron atacados. A la mitad de las protestas, en su punto más álgido, le otorgaron la renta de la placita en el centro de Querétaro y tuvo que dejar Venezuela. Sus amigos le dicen que fue una decisión valiente dejar sus afectos atrás por el bienestar de su hijo.
Ahora él estudia la preparatoria en la UVM de Querétaro. La idea es que siga adelante, se prepare mejor, estudie una carrera y adquiera las herramientas para enfrentarse al futuro.
Si hay algo que marca una charla entre venezolanos es la desesperanza. No hay cálculo que valga cuando se trata de recordar las veces que se han jurado que la tragedia está a punto de terminar.
Ed, sin embargo, sigue soñando que pase pronto y su hijo pueda formar parte de la reconstrucción del país. Finalmente, asegura, los venezolanos tienen marcado en su inconsciente colectivo la memoria de Bolívar, el Libertador de América.
2.- UN EXILIO SILENCIOSO
Que miles de personas se vean obligadas a abandonar Venezuela para huir de la creciente pobreza no es nuevo, pero sí el nuevo destino que han encontrado. De manera silenciosa en los últimos años se creó en México una tierra de refugio para estos venezolanos. William Bello y su familia son parte del exilio. Aquí la historia de su reencuentro en suelo mexicano
QUERETARO, QRO.- “Si mi querencia es el monte y la flor de araguaney, como no quieres que tenga, como no quieres que tenga tantas ganas de volver”.
Recuerdo que deambulaba por la sala de la casa que mi familia rentaba en un suburbio queretano, con mi walkman en la mano y el único casete que tenía dando vueltas una y otra vez: un tributo a Simón Díaz con sus mejores canciones interpretadas por las voces más reconocidas de la música venezolana.
En la voz de Ricardo Montaner, Mi Querencia sonaba pletórica. Recuerdo que la repetía todo el tiempo, casi idiotizado. Me parecía una canción de amor de lo más hermosa. Entonces, pensaba que uno solo podía amar a las personas, por lo que me parecía casi una contradicción aquello de querer al monte. Hoy, en la esquizofrenia colectiva que compartimos los venezolanos regados por el mundo, creo que todos tarareamos Mi Querencia sin cesar.
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Vivir en Querétaro es una experiencia multisensorial. Cuando caminas por las calles del Centro Histórico, encuentras referencias del México más colonial y convives con una pequeña ciudad de encanto provincial, en el que aún hay vecinos que se conocen y se saludan en las mañanas. Pero no muy lejos de ahí, a las afueras de ese casco histórico, hay edificios modernos y desarrollos comerciales que traen a Querétaro la vanguardia de la modernidad. Y en esos espacios se vuelve cada vez más común toparse con ciudadanos del mundo, que han elegido a Querétaro como su hogar por lo bogante de su economía y su aún apacible cotidianeidad.
Con cada vez más frecuencia, es común encontrarte venezolanos. Es algo que se ha vuelto normal en las principales ciudades de Latinoamérica. En Venezuela se estima que al menos el 10 por ciento de sus habitantes ya no viven allá. La mayoría viven en Panamá, Colombia, Perú; salen a pie por la frontera que conecta la ciudad colombiana de Cúcuta con el estado Táchira, por el Puente Libertador. Algunos pocos colombianos aún se aventuran a pasar a Venezuela, sobre todo para comprar gasolina a precios de regalo. Pero la mayoría son venezolanos que huyen de su país forzados por la terrible situación económica que les ha robado la posibilidad de un futuro.
Por ese puente pasó William Bello, un periodista que además de pagar la penitencia de ser venezolano en la época del chavismo tiene que cargar con la cruz universal que implica el hecho de hacer prensa de denuncia. Al final, entre su sueldo de miseria, la descomunal inflación y las amenazas que recibió por parte de servidores públicos a los que denunció por casos de corrupción a través de su labor periodística, William decidió dejar el país, como otros tantos millones de venezolanos.
Lo hizo solo, sin su esposa y su hijo de 5 años. A Colombia se llevó algunos pocos dólares que pudo ahorrar, sobre todo mediante la venta de algunas posesiones personales, y para completar el gasto, se llevó desde Venezuela algunos artículos de belleza como lápiz labial y crema para labios, que vendió en las calles de Colombia. Desde Bogotá, la terminal aérea no oficial de Venezuela desde que las aerolíneas dejaron de volar al aeropuerto de Maiquetía por los millonarios adeudos, William llegó a la Ciudad de México cargado de miedo. Dentro de esa esquizofrenia que conecta a los venezolanos de manera casi inconsciente, la proliferación de grupos de apoyo e información tanto en Facebook como en Whatsapp ofrece guías para la migración desesperada, esa que los agentes aduanales observan en la mirada difusa de quien ha llorado el abandono de su tierra y se ha tragado despedidas forzadas. Lo que no quiere una víctima de la diáspora que descarna a Venezuela es quedarse a medio camino entre la perdición y la esperanza. Afortunadamente, William estudió bien las recomendaciones de paisanos de todo el mundo e ingresó a México, donde le esperaban sus tíos, quienes habían dado el paso unos años antes.
Lo que el venezolano desconoce es que dejar el terruño es, muchas veces, la parte sencilla del proceso de desdoblamiento que significa migrar. Para William, la bandera mexicana ondeante que lo recibió orgullosa en el horizonte queretano fue la metáfora del comienzo de una nueva vida en la que la soledad y la incertidumbre tendrían, como nunca, un lugar preponderante.
De manera silenciosa, Venezuela se ha convertido en el país que más migrantes recibe México. Con excepción de Estados Unidos, con el que se comparte una amplia frontera y un legado socio-cultural que une a ambos países en una especie de patria intermedia, lo que más llegó a México en 2017 fueron venezolanos.
Los datos que arroja la Unidad de Política Migratoria de la Secretaría de Gobernación son muy claros. En 2017 de los 57 mil 946 extranjeros que obtuvieron tarjetas de residentes temporales en México, 5 mil 906 fueron venezolanos. El segundo país después de Estados Unidos, y por encima de Cuba, Honduras, Guatemala y El Salvador, los países que históricamente han sido el más activo “exportando” migrantes a México.
En el mismo año, la mayor cantidad de renovaciones de residencias temporales para extranjeros en México se otorgaron a venezolanos, incluso más que a ciudadanos de los Estados Unidos de América. Seis mil 307 venezolanos extendieron sus permisos de un total de 54 mil 273, el 11.62 por ciento.
En el rubro de residencias permanentes, Venezuela también es el segundo más alto. En 2017 5 mil 225 estadounidenses obtuvieron su residencia permanente, seguidos de 3 mil 330 venezolanos. En porcentaje, hablamos del 10.56 por ciento.
Pero el dato que explota la estadística es el de los residentes permanentes por reconocimiento de refugio. De los 2 mil 190 extranjeros que obtuvieron este beneficio en 2017, 814 son venezolanos. Nada más que el 37.16 por ciento. Ciudadanos de El Salvador y de Honduras, cuya migración terrestre hacia los Estados Unidos por tierras mexicanas es ampliamente conocida, son los que siguen en la estadística. Cuba aporta siete, Haití ocho, y desde Medio Oriente apenas son seis personas entre Irak, Irán, Pakistán y Yemen.
La situación política, social, pero sobre todo económica en Venezuela empeoró de manera ostensible en los últimos dos años, especialmente durante 2017. Y lo refleja fielmente la cantidad de refugiados que aceptó México entre 2016 y 2017. En 2016 fue apenas de 181 venezolanos de un total de 3 mil 971, un 4.55 por ciento. El Salvador, Guatemala y Honduras superaron con creces a Venezuela en ese rubro.
Pero un año después, todo cambió. Fue a finales de 2017 cuando William Bello acudió ante la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar), como tantos otros venezolanos que ven en este trámite la forma más sencilla y económica de regularizar su situación en México. La otra opción es juntar unos mil 500 dólares para contratar a un “gestor” que consiga a una empresa formalmente registrada en México que ofrezca un empleo ficticio al migrante, quien acto seguido tiene que salir del país para desde un consulado en el extranjero solicitar el permiso de trabajo. Con ese papel, ya en México, puede tramitar su legal estancia en el país y contratarse con empresas que en un primer momento no le ofrecieron empleo para ahorrarse el engorroso y burocrático mundo del empleo de extranjeros.
Esa opción es inalcanzable para alguien como William, quien apenas pudo generar los recursos para llegar a México, y quien sin empleo, debe arreglárselas para sobrevivir en Querétaro mientras rasga unos 500 pesos que manda a Venezuela para que su esposa y su hijo puedan vivir mientras esperan a viajar a México. Paradójicamente, esos 500 pesos rinden de maravilla en un país en el que el sueldo mínimo es de 248 mil 510 bolívares al mes.
A principios de 2018, eso era poco más de 2 dólares al mes al cambio del mercado alternativo de divisas, determinado por la oferta y demanda de dólares de manera ilegal en un país en el que su libre tránsito está prohibido y la adquisición de divisas está controlada por el gobierno. La devaluación entre enero y febrero fue de más de 100 por ciento, por lo que entrado marzo ese sueldo apenas da para comprar un dólar y unos centavos más, según el portal Dolar Today, la referencia del costo del dólar en el mercado negro de Venezuela.
Sacar el refugio en México, en cambio, es gratuito. Solo tiene dos condiciones esenciales. El refugiado no puede regresar a su país de origen, pues pierde su estatus migratorio, y mientras el proceso camina, el migrante no puede trabajar. Y así, desde septiembre, William Bello se las arregla para sobrevivir en la tierra de la bandera que ondea en el horizonte.
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William deambula nervioso sobre una pequeña calle del centro de Querétaro. Ahí se encuentra la sede local del Instituto Nacional de Migración (INM). A las afueras del edificio que alberga al organismo federal, decenas de personas se encuentran formadas esperando su turno para realizar sus trámites. La mayoría de ellos son venezolanos que ponen en orden sus vidas tras haberle dicho adiós a su tierra.
Hoy tiene que firmar, como cada semana, para seguir su trámite de refugiado en México, pero no es eso lo que lo tiene tenso. Desde hace unos tres días, su esposa y su hijo emprendieron el viaje de sus vidas. Dejaron Venezuela, para tal vez nunca volver. Desde Colombia, hoy viajan a México y William teme que en migración no los dejen pasar.
Hace 5 meses, la familia Bello se separó. No se puede vivir en un país sangrante. William se adelantó en el camino para sentar las bases del que será su nuevo hogar, pero los costos han sido muy altos. Con la esperanza de que algún compatriota haya vivido antes su penuria, probó suerte en Google: ¿Cómo hacer que no me deporten? fue la pregunta en el buscador.
Migrar implica desapegarte de tu propio mundo. Es renunciar a tu vida para construir otra. Es decirle adiós a personas a las que nunca más volverás a ver. Es dar un salto hacia la incertidumbre.
Para cientos de miles de venezolanos, la patria se acabó. Quedan los recuerdos de la juventud, de aquellas navidades en las que la casa reventaba entre tantos primos y tíos reunidos. La emoción del beisbol decembrino. La alegría del carnaval. El calor de un verano interminable. Las escapadas playeras de los fines de semana. La cerveza más fría del planeta. ¿Cuántas familias venezolanas, como la de William, están regadas por el mundo?
La de William, al menos ese pequeño núcleo que formó con su esposa e hijo, está a punto de reencontrarse. En una mano, sostiene un ramo de rosas. En la otra, una máscara de Spiderman. Ya en el aeropuerto, el nerviosismo no hace más que acentuarse. Pasan los minutos, y esa puerta no se abre. El fantasma del agente migratorio vuelve a pasearse por el vestíbulo.
Pero empezar una nueva vida tiene sus recompensas. México es un país extraño, porque se expresa por igual cuando se trata del cielo y del infierno. Mientras millones de mexicanos han cruzado el Río Bravo para buscar una vida mejor en los Estados Unidos, otros tantos encuentran aquí el sueño mexicano.
William y su familia se han reencontrado, viven en Querétaro y esperan obtener en las próximas semanas su residencia permanente en calidad de refugiados. Será entonces cuando puedan trabajar legalmente en México y comiencen a reconstruir su patrimonio. Para su hijo, de 5 años, Venezuela será apenas un remoto recuerdo. Cuando hable, dirá chido en lugar chévere. Aprenderá a comer picante. Desayunará arepas pero cenará tacos al pastor. Y sin embargo será parte de una generación truncada que de alguna u otra manera tendrá que reconstruir su país. No me refiero a levantar edificios y puentes. Desde la distancia, serán ellos los que tengan que redimensionar lo que significa ser venezolano.
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