La trata invisible


julio 23, 2014

Casi todas las mujeres que migran sufren una agresión sexual y estas agresiones sistemáticas cumplen una función: las expone, las quiebra para que sean una presa más fácil de tratantes y explotadores sexuales.

Por: Lydiette Carrión

La trata invisible

Invisible human trafficking

Casi todas las mujeres que migran sufren una agresión sexual y estas agresiones sistemáticas cumplen una función: las expone, las quiebra para que sean una presa más fácil de tratantes y explotadores sexuales.

Por: Lydiette Carrión, Pepe Jiménez

Casi todas las mujeres que migran sufren una agresión sexual y estas agresiones sistemáticas cumplen una función: las expone, las quiebra para que sean una presa más fácil de tratantes y explotadores sexuales. Y en la mayoría de los casos, los casos de trata y explotación quedarán invisibilizados, ya que debido a la principal característica de la migración –la movilidad– pocas veces se alcanza a configurar el delito legalmente.

“Adela, si pagamos hotel tienes que sacarte algo con nosotros.”

Ese fue el primer hostigamiento sexual que sufrió, y vino de sus propios compañeros de ruta, cuatro hombres con quienes salió desde algún pueblo de El Salvador. Estaban  en Guatemala y era la víspera de cruzar la frontera hacia México. Era febrero.

Ella relata la historia en el albergue de Apizaco, Tlaxcala. En estos días de julio del 2014 es la única mujer que aquí está. Cada vez son menos las que utilizan la ruta del tren, pues se ha vuelto tan agresiva que la gran mayoría de las migrantes opta por viajar en autobús directo al centro del país; algunas más aventuradas lo intentan hasta la frontera con Estados Unidos.

Adela relata la historia con vocecita infantil.  Tan sólo comienza a hablar, sus ojos grandes y aindiados miran sus manos que permanecen juntas sobre las piernas. Su actitud es muy distinta a la que hace unos minutos tenía mientras preparaba comida en el albergue; entonces se paraba y caminaba erguida y felina, frondosa, como la mujer alta y llamativa que es. Ahora, con voz quedita, da a conocer la respuesta que dio en ese entonces a los compañeros de viaje que le pedían sexo a cambio de cooperarse para el hotel. Esa noche en Guatemala ella dijo: “No”.

 –Pues entonces no pagamos hotel. Ahí que sufra–, alguien reviró.

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Los abusos y el acoso hicieron del viaje de Adela una pesadilla.

Se aprestaron dormir en la calle. Cuando avanzaba la noche, a eso de las 10, unos individuos vestidos de policías los detuvieron y asaltaron. A ella la desnudaron por completo “para ver que no trajera dinero”. Les quitaron lo poco llevaban. Despojados, durmieron en una casa entre bloques y material.

Al día siguiente cruzaron el río Suchiate sobre una balsa. Y de ahí, caminaron hasta Arriaga. Desde entonces tomarían  “la pura Bestia”.

Adela ya había sufrido los dos primeros hostigamientos: uno por compañeros, otro por policías. Y era apenas el principio.

Mujer que viaja sola es transgresora

En el caso de las mujeres migrantes la trata de personas con fines de explotación sexual se vuelve muy difícil de identificar por varias razones. Sólo por enumerar algunas: la propia ley y definición de trata de personas, que excluye diversos casos; la movilidad intrínseca de ser migrante; la imposibilidad de recabar datos confiables y cuantificables; la extrema vulnerabilidad, pues son orilladas en muchos casos a practicar la prostitución como medio de supervivencia, pero aparentemente por “elección propia”.

Hay pocos datos duros. Algunos, generales. Según la Organización Internacional para las Migraciones, OIM, tan sólo en 2010, la región de América Latina y el Caribe produjo 57.5 millones de migrantes. En 2012, se estableció que el  50.1 por ciento del total en la región son mujeres.  ¿Cuántas son víctimas de trata? No hay datos certeros. Tanto en la prensa como las organizaciones sociales señalan un corredor de explotación laboral en la frontera sur, explotación que se da sobre todo en las áreas de  trabajo doméstico, y el agrícola, estas últimas menos documentadas que la explotación sexual, de acuerdo con Nashieli Ramírez, coordinadora general de la organización civil Ririki Intervención Social.

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2 menores se toman un respiro en el albergue de la Iglesia de Cristo Rey luego de 3 semanas de recorrido desde Honduras.

La forma de explotación más documentada ha sido la sexual, en bares y hoteles de la frontera chiapaneca. Y por supuesto, las formas más violentas: el secuestro de mujeres migrantes por el crimen organizado.

Pero hay otro tipo de trata, más sutil, pero no menos devastadora.

Óscar Montiel, del Centro Integral Tejiendo Saberes (Cenit), quien estudia la trata en Tlaxcala -donde el crimen se ha vuelto endémico y producto de exportación, por causales culturales, sociales y económicas- explica que sólo ser migrante indocumentada “ahorra” pasos en los procesos de enganchamiento para trata.

El modus operandi del sistema proxeneta, lo explica Óscar Montiel: un tratante recluta y para ello se vale de ritos que rompen los lazos de las mujeres con su comunidad. La oportunidad se da cuando las jóvenes están en edad de casarse.  El tratante enamora a su potencial víctima y efectúa un rito en el que ella pasa de ser mujer, a ser “mujer de”.

“La mujer deja de pertenecer a su padre, a su comunidad y pertenece al esposo. Y  su esposo puede hacer lo que quiera con ella, en aras del ‘bien común’(…) mas los esposos lo que buscan es explotarlas sexualmente”.

En el caso de las mujeres migrantes, no es necesario hacer todo esto para que  dejen de pertenecer a su familia y comunidad.  “No llegó nadie a enamorarlas, hay condiciones estructurales –es decir falta de oportunidades, pobreza, falta de educación…– y no tienen ese respaldo comunitario y familiar”.

La mayoría de los albergues proporcionan hospedaje y comida por 48 horas. Nadie las acoge. Están en desarraigo y sin respaldo. “Si ellas llaman a sus casas, porque se les acabó el dinero y la respuesta es negativa, tienen la ‘opción’, la ‘puerta fácil’, así entre comillas, porque no es nada fácil”.

Y todo está alrededor: bares, hoteles, padrotes, madrotas.

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A lo largo de la ruta ferroviaria florecen “oportunamente” los hoteles en Apizaco.

Además, en su mayoría, las mujeres ya fueron agredidas. Y aquí viene el otro aspecto fundamental para entender el engranaje de trata y migración: la llamada “pérdida de la inocencia”. Y esta pérdida inicia con una crisis de masculinidad:

Una mujer que migra quiere acceder a medios económicos, y es por definición transgresora de un orden establecido. Por ello hay una permisividad para que sea agredida sexualmente: los agentes del instituto migratorio, el crimen organizado, los polleros, e incluso en ocasiones por sus propios compañeros de ruta.

“La violación tiene implicaciones, sociales, corporales y afectivas en la mujer que no se pueden quitar. Está vinculado a la mancha, a la mancha social, a la mancha interna, que la lleva a pensar que no vale nada… y entonces, si se va a prostituir, ya no es tan difícil”, dice Óscar.

Según la ley, la trata implica captación, traslado y explotación. Óscar explica que en el caso de las migrantes, las variables no se cumplen al pie de la letra, por ello las leyes excluyen e invisibilizan la gran mayoría de casos de trata de migrantes: donde la violencia sexual estructural y el abandono las orillan a “acceder” a la explotación sexual.

Arriaga. Sexo por supervivencia

En este pasaje, la voz infantil de Adela cambia por una voz indignada. “En Arriaga (Chiapas) ya no quise seguir con mis compañeros porque me andaban dejando perdida”.

Cuando volvieron al camino, los cuatro hombres se adelantaron para dejarla. Quizá la querían abandonar porque viajar con una mujer incrementa el peligro del grupo. Adela los miraba muy lejos y ella corría para alcanzarlos, “corría yo, y como no aguantaba un dolor de canillas…”. Les gritaba, y ellos corrían aún más.

Adela quedó sola. Llamó en varias ocasiones a casa. Quería regresar, pero sus familiares le reviraban: “acá está muy peligroso para ti”. Sólo le quedaba avanzar. Conoció un coyote, le pagó y emprendió el camino con otros migrantes sobre el tren. Pero no sólo pagó sólo con dinero. “Él quería venir abusando de mí. Me decía que si no tenía nada con él me iba a matar. Me iba a aventar de La Bestia”.

Sobre La Bestia recorrieron la ruta que pasa por Ixtepec, Matías Romero, Medias Aguas. Durante todo el trayecto, debió acceder a ser abusada. Finamente llegaron a Tierra Blanca, Veracruz.

Es en esta ciudad veracruzana donde buena parte de las migrantes regresan a sus países, o bajan del tren, pues para entonces han sufrido o presenciado asaltos, secuestros, violaciones y asesinatos por parte del crimen organizado. Y saben que mientras más arriba viajen se pondrá peor.  Así consta en los testimonios que la organización civil Un Mundo una Nación ha recogido. Quizá Adela de nuevo pensó en entregarse a migración. Había dejado a dos hijos atrás. Pero quizá de nuevo sus familiares le encomiaron que no regresara.

Para cuando llegó en Tierra Blanca, Adela rezaba a Dios por que alejara al pollero de ella.

“Tenía ganas de seguir. Traía grandes ansias por sacar a mis hijos adelante, pero en ver la vida que traía, me puse a llorar, y le dije: ‘señor, yo no quiero estar sufriendo de esta manera, así como me pegué a esta persona quiero que me la retires’.”

Fue el pollero quien se quitó del camino solo. En Tierra Blanca abordaron el tren todos: el pollero, los migrantes. Sólo Adela quedaba en tierra. Corrió con todas sus fuerzas hasta subirse a un vagón. Cuando todos estaban arriba, el pollero se bajó del tren, con el dinero de todos.

 Apizaco

Apizaco está en el Altiplano Central de México. Se fundó a mitad del siglo XIX por el paso del ferrocarril. Hoy tiene poco más de 70 mil pobladores, hay tiendas, y servicios, pero  de alguna forma la economía sigue girando en torno al ferrocarril. A lo largo de las vías, es posible ver graneros o silos; fábricas, cuyos patios cuentan con un acceso a las vías del tren para empacar sus productos en los vagones.

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Apizaco Tlaxcala, capital de la trata de personas en México.

Por esta época, a mediados del año, el cielo es espectacular, despejado y brillante. Pasa un tren. En esta ocasión, sólo dos migrantes, con carrera cansada, y un garrafón de agua a cuestas lo corretean para montarlo. Por más lento que vaya no es cualquier cosa hacerlo. Las vías del tren serpentean por colonias suburbanas, fábricas, graneros, moteles. El ojo del fotógrafo que me acompaña identifica una posible zona de descanso para los migrantes. Hay un par de árboles para guarecerse del sol. Enfrente, se lee un letrero: “Hotel San Francisco. Un nuevo concepto. Disfruta algo diferente”. Pero el hotel no está a la vista.

Bajo los árboles, una vaca rumia. Entre los matorrales hay zapatos destrozados… ¿se les cayeron al correr tras el tren?, ¿sufrieron asaltos y los dejaron descalzos? También hay ropa de hombre destruida, descosida. Parece arrancada. Tenis rosas con verde. Como de niño, ¿de niña? Un brassiere está colgado de un matorral, expuesto como trofeo de redondas copas. Es la única prenda que no está oculta. Cantan los pájaros. A lo largo de los durmientes, crecen flores blancas de pétalos delicados y casi transparentes.

En el albergue de la Iglesia Cristo Rey, trabaja Martín Morales, un joven veinteañero delgado y de aire tranquilo, que se sumó en el 2011.

Hasta mediados de 2012, relata, “antes de que la violencia en el sur, específicamente en Veracruz, empezara a ser más fuerte, el tránsito de mujeres y de migrantes en general por Apizaco era mayor”. En promedio, pasaban unas 50 personas diarias, una minoría eran mujeres. Apizaco era el primer lugar relativamente seguro después de cruzar por Veracruz, un territorio azolado por el crimen organizado.

Durante 2011, el tránsito de personas atrajo al crimen organizado a la ciudad. A mediados de ese año, se acercaron dos mujeres al albergue, se presentaron como una suerte de polleros. Una de ellas aseguró que el crimen organizado tenía a su hija pequeña y que si ella no entregaba cierta “cuota” de mujeres a la red, su hija pequeña sufriría las consecuencias. En el albergue le dijeron que no podían participar en algo así. Entonces el ruego se convirtió en amenaza de muerte contra los trabajadores del albergue.

Se presentaron atracos, secuestros. Algunas anécdotas sin confirmar hablan no sólo de mareros o zetas, sino de la Familia Michoacana. A mediados de 2012, el crimen organizado en Veracruz se había tornado tan violento, que la ruta se volvió prácticamente intransitable: entre las cuotas de 100 dólares por tramo de viaje, los asaltos, los secuestros, los migrantes comenzaron a buscar otras formas de llegar al centro, norte del país.  Ahora, al albergue llegan aproximadamente 25 personas al día, y sólo una o dos mujeres a la semana.

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Martín Morales recibe diariamente a los migrantes en el albergue de Cristo Rey en Apizaco Tlaxcala.

Según sus propias indagatorias, no se trata de que las mujeres ya no suban a la bestia, sino que al llegar a Tierra Blanca, la mayoría quiere regresar, se entrega a migración o busca otras rutas.

Lo anterior coincide con los datos recabados por Ririki, en el caso de explotación de menores.

Nashieli Ramírez explica que desde marzo pasado, se percataron del cambio de rutas por parte de niños, niñas y adolescentes que viajan solos.  Se presume que muchos menores de edad se han quedado en México, en alguna parte del camino, pero no se sabe dónde.

“La diversificación de rutas los puso en mayor riesgo. Porque pierdes las redes y pierdes los momentos en que te debes de proteger. Los migrantes ya sabían donde los iban a extorsionar, en qué puntos hay que cuidarse. Y con todo y que La Bestia es un espacio de alta vulnerabilidad, es un espacio que formaba parte de un apoyo, de tejido. A medida en que se diversificaron las rutas por adolescentes no acompañados, lo que pensamos es que dentro de poco vamos a tener muchos casos de gente desaparecida en Sinaloa, en Durango, porque diversificaron las rutas en todo el norte”.

Una de esas pocas, poquísimas mujeres que continuaron por tren es Adela, quien llegó al albergue a mediados de febrero.

Ahí conoció a un paisano suyo que ya es avecindado de Apizaco y acude al albergue a ayudar. Adela se desahogó con él. Y recuerda que éste le dijo: “No sé cómo lo tomes. A pesar de que no te conozco, sos de mi país. Quédate y ya el tiempo va a decir si eres mi pareja. Ella le reviró que aquí en México parece sola, pero tiene familia. Cautelosa, antes de darle una respuesta le dijo que llamaría a su casa, en El Salvador, para tomar la mejor decisión.

La vulnerabilidad empieza desde casa

Marisol Pérez Díaz, también del Cenit, considera que para las personas en tránsito hay tres dimensiones que las hacen vulnerables a la trata: ‘el lugar de origen, el tránsito, y el lugar de acogida o llegada.

“El lugar de origen les provee una serie de condiciones que se pueden volver vulnerabilidades. Cada migrante, y cada mujer, cargan con su historia de vida, su carga emocional”.

Pero también con estigmas y mitos. En algunos casos, explica, la nacionalidad las condiciona:  las  mujeres salvadoreñas son vinculadas a la explotación sexual por las condiciones físicas que tienen; las mujeres guatemaltecas, por sus características indígenas, sufren explotación para el trabajo doméstico.

En un segundo momento, las vulnerabilidades las da el lugar de tránsito y por último el lugar de acogida o de llegada. México, además de tránsito, es lugar de acogida.

Otro elemento de vulnerabilidad que vale la pena mencionar es la violencia estructural que encarna el hecho de saber que serán violadas.

Ixchel Iglesias González Báez, antropóloga y miembro del Cenit, enumera dos vulnerabilidades más: las migrantes, después de lo que han padecido, quieren ocultarlo en sus hogares. Se cambian el nombre o nacionalidad; se bajan la edad para seguir siendo “deseables” o se la suben para protegerse o para ser explotadas.

Finalmente, las mujeres migrantes, antes de salir de casa saben que serán violadas. “Es violencia estructural que ya lo sepas, o que vas a tener que acostarte con alguien y que tomes muchas pastillas desde antes de salir de casa”.

La decisión

A finales de febrero, Adela llamó por teléfono a su casa, en El Salvador.

Quizá, antes de hablar, Adela recordó las condiciones en las que se fue. Tiene 22 años de edad, dos hijos: uno de 4 y otra de seis. Se fue porque pandilleros de su barrio la acusaron de juntarse con la pandilla rival. En una ocasión, relata, quisieron meterse a su casa. Al final la propia familia le pidió que dejara el país, que buscara fortuna para ella y sus hijos.

Pensó en sus niños. En la más grandecita. Menciona, casi sin darse cuenta de lo íntimo de su revelación, que pasó 4 años tratando de embarazarse la primera vez.

Marcó los números telefónicos. Y habló con una tía. Le contó todo lo que había pasado y la propuesta de su paisano.

–Tú te consientes–, le contestó aquélla. –Te has ido para superar.

–Tengo que sufrir, que uno desee, qué bien. Pero que lo vayan obligando a uno hasta punto de matarlo.

–Pues tu ve lo mejor.

“Y así fue como me quedé”. Adela lleva cinco meses viviendo con su paisano. En seis meses continuará su viaje a Estados Unidos. Quiere sacar adelante a sus hijos y sabe que en México eso no le será posible. Como tampoco lo fue en su país.

*El nombre fue cambiado.


Se autoriza su reproducción siempre y cuando se cite claramente al autor y la siguiente frase: “Este trabajo forma parte del proyecto En el Camino, realizado por la Red de Periodistas de a Pie con el apoyo de Open Society Foundations. Conoce más del proyecto aquí: enelcamino.periodistasdeapie.org.mx”



Lydiette Carrión

Periodista independiente. Actualmente es columnista en El Gráfico de El Universal, y tiene a su cargo una sección semanal con historias sobre violencia contra las mujeres. Ha colaborado en diversos periódicos y revistas nacionales e internacionales
Egresada de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM y de la Escuela de Escritores de la SOGEM. Participó en los libros colectivos 72 migrantes y Memorial de Chiapas: pedacitos de historia.


Pepe Jiménez

Fotógrafo y periodista independiente por vocación. Para mi no hay mayor privilegio y responsabilidad que la de contar las historias de aquellos que se encuentran en situación de riesgo y vulnerabilidad. Pepe ha trabajado en los Territorios Ocupados de Palestina, Haití, Africa del sur y México con distintos medios, agencias de noticias y organizaciones como la ONU y la Federación Internacional de la Cruz Roja. Actualmente es miembro de la Red de Periodistas de a Pie.