Deportados Unidos: ayuda para el aterrizaje forzoso


octubre 11, 2017

Ana Laura López  fue deportada después de vivir 16 años en Estados Unidos. Los vacíos legales e institucionales que encontró al aterrizar en su país natal la motivaron a ayudar a otros mexicanos que, como ella, llegan a un país […]

Por: Julia Sclafani

Deportados Unidos: ayuda para el aterrizaje forzoso

Ana Laura López  fue deportada después de vivir 16 años en Estados Unidos. Los vacíos legales e institucionales que encontró al aterrizar en su país natal la motivaron a ayudar a otros mexicanos que, como ella, llegan a un país […]

Por: Julia Sclafani


Ana Laura López  fue deportada después de vivir 16 años en Estados Unidos. Los vacíos legales e institucionales que encontró al aterrizar en su país natal la motivaron a ayudar a otros mexicanos que, como ella, llegan a un país sin siquiera la posibilidad de comprobar su identidad 

Texto y fotos: Julia Sclanfani

Ana Laura López espera en el aeropuerto de la Ciudad de México con unos volantes informativos. Viste una playera impresa con la foto de sus hijos de 14 y 15 años que están en Chicago, a quienes no ve desde que fue deportada en septiembre del año pasado.

Espera acompañada por otros repatriados para recibir a uno de los tres aviones que cada semana aterrizan en México cargados con migrantes deportados desde Estados Unidos. Todos los que esperan con Ana Laura forman parte del grupo Deportados Unidos que, cada martes, llega a este lugar a ofrecer ayuda a los recién repatriados para reiniciar su vida en el país del que salieron -por necesidad- hace años y del que muy poco o casi nada, saben ahora.

El punto de reunión es la Sala N de llegadas internacionales. Este lugar es una metáfora de su llegada: la sala está arrinconada en el ala más lejana de la terminal, detrás de una pared de aglomerado, y está muy poco iluminada. Los deportados atraviesan las puertas de aduanas con un pesar visible en sus caras y con sus pocas pertenencias a cuestas, en pequeños costales de malla de mercado.

Cuando Ana Laura aterrizó en uno de esos aviones, nadie la recibió. “Nada más estaba el Instituto Nacional de Migración, realmente no recibí ninguna información”. Algo tan simple y necesario como cambiar dólares por pesos, es casi imposible si no tienen documento de identidad o el único que tienen es la hoja de repatriación.

Para Lopéz, todos los trámites fueron difíciles. Sin comprobante de domicilio no pudo sacar ningún documento de identidad. Al navegar su ciudad natal después de 24 años fuera, se encontró perdida en el metro. Hoy enfrenta dificultades por no tener historia de trabajo o impuestos- a pesar de que enviaba remesas por años- ni una historia crediticia.

“Yo obtuve información de los programas que había, de hecho desde Chicago con los contactos que tenía en Chicago”, dijo. “Fueron más bien ellos los que me orientaron para poder ir a las diferentes instituciones”.

Los repatriados llegan muchas veces sin identificación ni apoyo para realizar los trámites básicos como pedir el seguro de desempleo. Y en realidad los programas que les ofrece el gobierno no están designados para los trabajadores que regresan después de mucho tiempo ni para ayudar a familias separadas, como vivienda estable o programa para solicitar pasaportes para niños que se han separado de sus padres.

                                                                    

   * * *

Ana Laura nació en la Ciudad de México hace 42 años, pasó su adolescencia en Jalisco y cuando cumplió 24 migró a Estados Unidos, dejando a sus 3 hijas -la más pequeña aún no caminaba- y un hijo.

“Me tuve que ir por necesidad”, dijo López. “A pesar de que yo les mandaba su dinerito para que salieran aquí adelante y hablamos por teléfono, pero obvio siempre hay una distancia, como un rompimiento entre la familia”.

Llegó a Chicago donde trabajó en una tienda, una fábrica y en los últimos años como organizadora comunitaria con trabajadores migrantes. Allá quedaron otros dos hijos que ahora están al cuidado del padre, un ciudadano americano. En total tiene tres hijas y tres hijos, pero los que nacieron en México nunca han conocido a los que nacieron en Estados Unidos.

Su regreso a México comenzó porque después de 16 años de estar fuera quiso normalizar su estatus migratorio, así que compró un boleto para volver a su país natal. Cuando llegó a la puerta de embarque en el aeropuerto O’Hare en Chicago, agentes de migración la esperaban. En sólo 20 minutos, su viaje a México por unos meses se transformó a una deportación con un castigo de 20 años de no poder regresar.

Actualmente, ella está distanciada de los hijos que tuvo en México y que ahora son todos adultos.

“Mi mayor miedo es que pase lo mismo que pasó con mi familia aquí cuando la dejé”, dijo López. “Ya tengo 10 meses que no veo a mis hijos en Chicago … ya una vez perdí una familia y no quiero perder ahora mis otros dos hijos”.

Sus hijos americanos no la pueden visitar en México: No tienen la ciudadanía mexicana y sin los dos padres presentes — López y el padre no están casados — se complica el proceso de pedir un pasaporte para un menor de edad.

Tiene ganas de regresar a Estados Unidos y continuar la vida que dejó, pero mientras tanto va a dedicarse a mejorar su situación y la de los otros que, como ella, arriban a un país que los vio nacer, pero que no les pertenece.

Epílogo

 

En mayo de 2017 el grupo Deportados Unidos abrió un taller de serigrafía en Ciudad de México. Este lugar nació como para recibir y alojar los pasajeros que necesitan un espacio para quedarse, mientras localizan y contactan a sus familiares.

Una mañana de verano, Diego Miguel María, de 36 años, trabaja. Sobre una playera pasa tinta negra para plasmar un diseño en el que se lee el mensaje ‘No al muro’; sobre otra se pintan dos palabras ‘Fuck Trump’.

Después de 17 años en Estados Unidos, de los cuales 16 fueron en el estado de Georgia donde trabajó como operador de carretillas, a Diego lo detuvieron en un control de tráfico donde revisaban licencias de conductor y fue deportado en julio de 2016. Diego guía el trabajo de los recién llegados al taller.

María es otra joven deportada que trabaja en el taller. “Todo lo que más extraño está allá”, dice. Dejó un hijo de 5 años, Sheamus, que sigue viviendo con su abuela en Dalton, Georgia, una ciudad afuera de Atlanta.

La idea de abrir un taller de serigrafía surgió durante una protesta en el Monumento a la Independencia contra la toma de poder del nuevo presidente americano, Donald Trump, en enero de 2017. El grupo de Deportados Unidos hizo playeras para identificarse y otros grupos, más antiguos, les vieron y les gustó la idea de tener sus propias playeras coectivas. Les preguntaron si las vendían.

El grupo consiguió equipo y un préstamo de la Secretaría del Trabajo. Lo instalaron en un edificio abandonado desde hace años en la colonia Santa Maria la Ribera y acordaron con el dueño pagar una renta baja a cambio de que ellos mismos remodelen el espacio. Ahora imprimen playeras y tazas. Una de sus más recientes ventas se exportará a California para un grupo comunitario pro-migrante y están preparando para hacer gorros con la marca de “Coachella Medjool”, una compañía agrícola también de California.

A pesar de que la serigrafía está trayendo dinero poco a poco, el grupo depende más que nada de sus “amigos gringos”, según López, o extranjeros viviendo en México que han conocido su historia y donan al grupo para apoyar su misión. Su misión profunda es dar servicio a los migrantes repatriados, ofrecer nuevas habilidades para encontrar un trabajo.

López tiene la experiencia de dirigir y organizar grupos, pero en el caso de Deportados Unidos, dice, “todos somos iguales”, pues otros aportan su propia experiencia en cosas diversas como la construcción o el diseño gráfico.

En el segundo piso del taller, en el piso, hay dos colchones en un área que también sirve para embodegar tintas y otros materiales. Una de las metas es tener un dormitorio para alojar tres personas. Hace ocho días llegó un señor que no tenía números de contacto de Estados Unidos porque no le dejaron traer su teléfono. Llegó a este lugar desde el aeropuerto para seguir buscando y contactando unos familiares por Facebook usando la computadora del taller. A las 7:30 de la misma noche, vinieron a buscarlo.

El apoyo que ofrecen los Deportados Unidos parece minúsculo, pero no lo es pues llena vacíos legales e institucionales. Sin su ayuda, este aterrizaje sería forzoso.

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Se autoriza su reproducción siempre y cuando se cite claramente al autor y la siguiente frase: “Este trabajo forma parte del proyecto En el Camino, realizado por la Red de Periodistas de a Pie con el apoyo de Open Society Foundations. Conoce más del proyecto aquí: enelcamino.periodistasdeapie.org.mx”


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Julia Sclafani

Periodista Freelance